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Visita a un campo nazi

A pocos minutos de Berlín, se encuentra uno de los tantos campos de concentración que el régimen nazi desplegó desde la década del ´30 y que fueron desactivados al final de la Segunda Guerra Mundial

Sachsenhausen: El silencio doloroso del pasado

Fotos: Vanesa Chazarreta y Mariu Fregenal

BERLIN.- Las calles no silencian la historia. El pasado aprendido está siempre presente. Un ejemplo , y que ha generado controversias por las selfies y piruetas entre sus bloques de hormigón, es el “Monumento a los Judíos asesinados en Europa”. Las 2711 lápidas anónimas, de diferentes tamaños, simbolizan con su color gris las cenizas de los asesinados en los campos de concentración.

 

 

 

A menos de 40 km, se ubica Sachsenhausen. En lugar de haber sido devastado totalmente, este campo de concentración continúa abierto para ser visitado por turistas más respetuosos del pasado.
Luego de tomar el tren con destino a la ciudad de Oranienburg y el bus 804, se llega a este amplísimo predio de Sachsenhausen, cuyo nombre deriva sencillamente del barrio en el cual se encuentra situado y los crímenes han estigmatizado.

Al frente recibe tan solo un despojado muro gris con gigantes letras blancas. Entrecortado, ya genera una sensación de encierro, pese a estar en medio del campo. La entrada es libre y gratuita al Memeorial. Sin ser preciso realizar una reserva previa se puede vistar todos los días, excepto los lunes, entre las 8:30 de la mañana y las 18 (hasta las 16:30 en invierno, de octubre a marzo). En el Centro de Atención al Público se obtiene el mapa del lugar con un recorrido sugerido con los puntos más importantes. En el caso de no contar con un tour, es conveniente adquirir por apenas 3 euros una audioguía.

De la prisión al aniquilamiento

Sachsenhausen fue inaugurado en 1936. Inicialmente se enviaba como prisioneros y mano de obra gratuita a adversarios políticos de los nacionalsocialistas y, luego, a todo aquél que pertenecía a grupos declarados inferiores por los nazis, como judíos u homosexuales. Se fabricaban ladrillos, uniformes y armamento militar; y se realizaban allí también crueles experimentos médicos. Luego, se transformó directamente en centro de exterminio. Albergó 200 mil prisioneros y se fusilaron alrededor de 30 mil personas.

El recorrido comienza por la calle principal Lagerstrasse, por este ancho camino rodeado de alambrados se escucha un silencio ensordecedor, que pocos visitante se animan a alterar. Se desmboca en la comandancia, el campo de prisioneros y el museo en donde se pueden ver documentos y fotografías. Unos metros adelante, se encuentra una verja negra con la inscripción forjada Arbeit Macht Frei [el trabajo los hará libre]. Esta misma leyenda se ha encontrado en otros campos de concentración y era lo primero con que se topaban los esclavos al llegar.

Al atravesar aquella reja llena de cinismo, aparece el “appellplatz” o “patio de revista” bordeado en sus extremos superiores por varias instalaciones de seguridad y alambres de púas, ahí los reclusos eran contados varias veces en el día. De allí ya se divisan dos barracas que ilustran por dentro la vida de los detenidos durante su estancia en el campo. Se han conservado literas, baños y cuartos de castigo. Pero había también, un poco más alejado, otro edificio donde se encerraban a los prisioneros más importantes, y donde se llevaban a cabo torturas y asesinatos.

Continuando la caminata, el recorrido atraviesa las fosas de fusilamiento, el memorial a las víctimas, un cementerio con cenizas del crematorio.

Los visitantes se despiden en silencio, con miradas introspectivas y un andar lento. Del otro lado de la reja y los muros se escabullirá junto a nosotros la enseñanza: el pasado aprendido está siempre presente.