Daniel, el coordinador del área de protección de Pehuen-co – Monte Hermoso y Bahia Blanca, Falsa y Verde me invita a tomar unos mates. Junto con él conozco a su compañera, Patricia, que se aboca a la parte de formación, educación y difusión.
Él es uno de los Guardaparques con más trayectoria y experiencia en la Provincia de Buenos Aires. Prácticamente vio la constitución y el desarrollo de la mayoría de las Áreas Naturales Protegidas.
En un primer termo de agua caliente, se rompe el hielo con anécdotas. Patricia cuenta que en Isla Martín García -al norte de Capital Federal- fue la Reserva Natural en donde se conoció con Daniel. Entonces él comienza a soltarse también y, entre historias de naufrágios y amores pseudoclandestinos, se va yendo la luz del día. Con ella, Daniel cuenta que tampoco le quedan muchos años de trabajo.
La Reserva Natural
El segundo termo es casi a oscuras y comienzo a lanzar algunas preguntas un poco más incisivas. Que el presupuesto, que la estructura organizativa y las internas regionales. De todo se habla, pero Daniel saca pecho: «Yo tengo la camiseta de la Provincia de Buenos Aires y la piel de Áreas Naturales Protegidas». Entonces me doy cuenta de algo y lo anoto en un papel que coloco boca abajo en el centro de la mesa de jardín.
No se esconden, se reconocen las falencias visibles en cuestiones administrativas y la escasez presupuestaria, pero hay un balance histórico -con voz autorizada- que da cuenta de los enormes avances de los últimos años.
«Está comenzando a haber una regionalización, lo que permite una mejor coordinación. Se suman hectáreas y con ellos personal», cuentan. ‘Siempre que se puede’, agrego yo, que sé que la realidad varía en latitud y longitud.
«Los Guardaparques son más protagonistas, tienen iniciativa», dice y lo mira a Matías, uno de ellos que con la cabeza asiente. Y sigue: «Trabajamos mucho por la capacitación y formación de guías turísticos y es muy valorable que hoy haya Guardaparques de carrera». Lo es.
Concientización
La Reserva se constituyó en 2005 y todos en el grupo de trabajo coinciden en que era difícil al principio: «La gente estaba acostumbrada a hacer lo que quisiera y un buen día llegamos nosotros para poner límites. ‘¿Quiénes son ustedes para decirme qué puedo o no hacer?’, piensa la gente. Lógico, viven acá hace generaciones. Pero eso también ha cambiado. Las personas están mucho más receptivas y logramos trabajar en los colegios generando consciencia. Actualmente tenemos una muy buena campaña de reciclaje con ladrillos ecológicos. También llegamos a acuerdos de mutuo control entre pescadores. Siempre que un Delfin Franciscana, una tortuga o lobo marino queda atrapado en una red, nos avisan».
Siempre me muestro en contra de la pesca -o caza de cualquier tipo- y no dejo de hacérselos saber. Señalo que para mí existe una incoherencia entre la filosofía de la protección medioambiental y los permisos arbitrarios para la explotación de «recursos». Pero entiendo que la lucha no se gana de un día para el otro y que para avanzar a paso firme deben irse generando consensos.
Nos tomó siglos cambiar el paradigma geocéntrico. Otro tanto asumir el evolucionismo. Todavía las sociedades son antropocentristas. Y estamos en la era de la búsqueda de la sustentabilidad y el conservacionismo ecológico. A pasos más o menos pequeños, algo avanzamos.
Todavía ronda en mi cabeza algo a la hora de despedirme. Algo que noté y anoté en ese papel sobre la mesa. Le pido a Daniel que lo agarre y lo lea: «Habla, siente y vive de una forma pasional. Todavía le queda bastante por trabajar en Áreas Naturales Protegidas».