Argentina La Rioja

Viaje al corazón de las nueces

En plan campestre, vale la pena olvidarse del reloj en Huayrapuca, cascar nueces a toda hora, pisar suelos cubiertos de cascaritas, comer casero y simpatizar con llamas, lavadores de oro y aire de montaña

FAMATINA.– Frente a las montañas enormes del cordon del Famatina y el correr de un curioso río Amarillo color ocre, hay una casa hecha de adobe surcada de nogales. Sobre el portón que da a la calle, hay una campana para anunciarse. Adentro todos están abocados a una tarea manual intensa: abrir nueces, separarlas en cajones de madera, distribuirlas por color y calidad, embolsarlas con el sello de este sitio con identida exquisita, Finca Huayrapuca.

En lugar de tocar la campana para despabilarlos, elegimos sorprenderlos en plena tarea. Hay una tranquera, un paso sobre una acequia y ya se está dentro del Macondo de las nueces.

Desde aquí, todo será absolutamente entrañable. Un cartel traído de alguna vía abandonada advierte, simpático, por el paso de los trenes. Miramos a uno y otro lado, por si las moscas, y aparecen ellas, las damas de las nueces. Reciben con afecto, ofrecen preparar el mate y el pan casero, proponen poner la mesa para aprovechar los rayos del sol de la tarde en el patio central, presentan al gato que está en lo alto del muro e introducen a los viajeros a este refugio que será su hogar.

 

 

 

Donde hay mantas tejidas como las de la abuela, mesas de luz con farolas para las horas en que el sol no acompaña, ponchos auténticos para manejarse con comodidad cuando hay baja temperatura. Y lo que sobran, claro, son nueces.

Será por eso que los pasos son crujientes, sobre un manto infinito de cascaritas. Como para recordarle a los huéspedes que han elegido sumergirse en el corazón de este fruto y de aquí se irán sabiendo y degustando todo lo que se refiera a él. Por eso, primero, lo primero: los nogales de la finca recuerdan que hay que enterarse cómo llega a la mesa esa torta de nuez tan sabrosa que acompaña el ma- te. Vamos hacia el origen: las herramientas de labranza, el galpón secadero y luego, el ámbito mágico del quebradero manual.

Sobre una mesa larga de madera iluminada dos mujeres golpean estratégicamente con un martillo una nuez por vez, extraen la “mariposa” y determinan en qué caja irá a parar esa pulpa deliciosa según su color. La cocina nogalera está repleta de recetas sugeridas con una carta que no escatima historia de cada plato.

Acompañada de vino riojano, la noche se extiende en el comedor entre objetos de antaño y planes para el día siguiente: visitar a los lavadores de oro, hombres sin tiempo ni apuro en busca del milagroso metal dorado, y proseguir en 4×4 por el Cañón del Ocre, donde las aguas del río Amarillo surcan la topografía con sus destellos.

También habrá que saludar a los animales de la granja: llamas de todos los tamaños, ovejas, un pony con largo flequillo renegrido, y los caballos ensillados para salir a recorrer las plantaciones. Hay una piscina para el verano y un laguito con kayak para despuntar un vicio inusual para estas tierras. Pero si algo define los días entre cascaritas y nueces, ponchos y salamandras chispeantes, es que los tiempos no corren, sino que abundan.

Se puede charlar mano a mano con lo que trabajan rescatando el corazón aun latiendo de las nueces cosechadas, se puede escuchar el rumor del viento colorado en las mañanas frías, se puede caminar por estas montañas fértiles donde todavía sueñan con hallar pepitas de oro. Este Macondo es una experiencia