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Joven y nórdica

La Ópera de Oslo aún no cumple diez años desde su inauguración. Sin embargo, se ha convertido en un referente de la cultura en la capital noruega

El edificio de la Ópera de Oslo aún no cumple diez años desde su inauguración. Sin embargo, se ha convertido en un referente de la cultura en la capital noruega

Blanquísimo, moderno, monumental, anguloso, parece ser un témpano emergiendo del agua. La Ópera de Oslo se ubica sobre el fiordo de la capital noruega y, para acceder, hay que atravesar un pequeño puente sobre un lago artificial de profundidad mínima que, apenas la temperatura roza los bajo cero, queda con su superficie completamente congelado. Desde la punta de la escalinata que lleva a las puertas de acceso (o, si el clima lo permite, desde la accesible terraza del teatro, que es también el techo) se ve un a hilera de luces interminables del otro lado del agua: es Barcode, un conjunto arquitectónico cercano al puerto en el que predominan restaurantes y hoteles. Apenas 100 metros más atrás se distingue el perfil de la estación central de ferrocarriles, cuya fachada histórica se conserva como en sus primeros días, pero cuyo interior fue reconvertido en una suerte de patio de comidas gigantesco.

El foyer, gigantesco, con un espíritu más cercano al hall de los teatros modernos que a las casas de ópera tradicionales, es tan nórdico que, con sólo observar, el visitante puede comprender la cultura que imbuye esta parte del planeta. De un lado, infinitos listones de madera de roble, clara, constituyen paredes que le dan al conjunto una calidez inusual. Del otro, de nuevo el blanco: paneles romboidales que parecen estar abrazando el bar. El clima es festivo: se escucha el entrechocar de las copas y hay muchísimos niños (por lo que expresan las autoridades, es frecuente la participación masiva de los menores en espectáculos supuestamente adultos), que corretean ida y vuelta desde donde están sus padres hasta un punto inexplicable. El café tiene precios diferenciales para quienes se queden a ver el espectáculo: 30 coronas, contra 40 que deben abonar los curiosos.

 

 

 

La diferencia entre el afuera y el adentro es difuso: todo un lateral está compuesto por ventanales que llegan del techo hasta el suelo. Esta política de apertura (la misma que convocó a tantos niños, seguramente, o que provocó que cada butaca de la sala tenga en el cabezal delantero una pequeña pantalla para ver los subtítulos de la ópera que esté en curso, un desarrollo de la empresa italiana Radio Marconi que está disponible desde el día en que el teatro abrió sus puertas) provee grandes beneficios para los visitantes esporádicos, que pueden sorprenderse viendo un ensayo o los pormenores de una actividad artística en uno de los tantos talleres que se dictan en el espacio durante la semana. Detalles de mármol de carrara y granito completan este paraíso de las artes que cuenta con más de 1.100 salas en total y que recibe anualmente casi un millón y medio de visitantes, lo que convierte a la Ópera en el punto turístico más exitoso de todo Noruega.

Casi un siglo de demora

El primer intento de dar a Oslo una casa de ópera data de 1917, cuando el multimillonario Christian Hannevig se propuso financiar su construcción. Primera Guerra Mundial mediante, el mecenas cayó en una bancarrota personal que llevó el proyecto al vacío. En la década del ’20 y en 1946 aparecieron nuevos proyectos, que también quedaron discontinuados. Mientras tanto, los espectáculos de fuste solían tener lugar en el Teatro Nacional, ubicado justo frente al Hotel Continental. Las presiones por construir una casa de ópera se intensificaron a partir de 1957, momento en que fue fundado la compañía Ópera y Ballet Nacional Noruego, dirigido en un primer momento por Kirsten Flagstad y creado con el objetivo de dar lugar preferentemente a obras y artistas nacionales. Incluso, se privilegió las obras escritas en lengua noruega.

Sin embargo, debieron pasar décadas hasta que el sueño cobrara forma. Recién en 1989 comenzaron los estudios para efectivizar el viejo sueño, con financiamiento del Estado. No faltaron debates sociales: hubo sectores de la ciudadanía que se resistían al proyecto por considerarlo demasiado caro. En 1999, el Parlamento dio luz verde al proyecto.

El estudio de arquitectos local Snøhetta fue el elegido de hacerse cargo de la tarea de diseño y construcción de este precio que, en total, ocupa 38.500 metros cuadrados de la capital noruega, se completó recién en 2007, luego de un proceso de construcción que duró ocho años. Pero a pesar de su juventud, la sala principal homenajea a los teatros de la antigüedad con la clásica estructura de cerradura, en una sala para 1.369 espectadores. Hay otros dos auditorios más pequeños, uno de 400 butacas y el estudio, para 200. El techo-terraza (al que el caminante puede llegar sin darse cuenta, porque la parte superior está integrada al final de lo que, a simple vista, parece una rampa) y el foyer suelen también ser usados para conciertos.

El 12 de abril de 2008 fue la fiesta de inauguración, transmitida en vivo por el canal de televisión NRK1, momento en que el rey Harald dio un discurso: “Esta casa se llenará con la canción, la música y la danza durante muchas generaciones. En este marco de vidrio, piedra y madera, tenemos el espacio ideal para grandes actuaciones escénicas y musicales”. Estuvieron presentes también la primera mandataria de Alemania Angela Merkel, la reina Margarita II de Dinamarca y la presidente Tarja Halonen de Finlandia. El estudio arquitectónico obtuvo innumerables premios por este trabajo en festivales de Rusia, Inglaterra, Italia, España y Estados Unidos.

Muchas veces, el ideario popular asume que la cultura nórdica se asimila a las condiciones climáticas de su geografía. Sin embargo, basta recorrer las instalaciones de la Ópera junto al fiordo para descubrir que, en medio de tanto frío, es posible transmitir calidez.