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Venecia bajo su disfraz

El imperdible Carnaval que se celebra en la ciudad de los canales es uno de los más antiguos y populares del mundo

Durante un par de semanas al año, Venecia se viste de Carnaval, un evento que celebró por primera vez, al menos, hace casi un milenio. El primer documento que lo menciona data de 1094. Todos esos días, la ciudad explota de música y colores. Bandas callejeras que entonan diferentes canciones locales, puestos en los que maquillan a los visitantes, papel picado como una alfombra que cubre el piso, jóvenes con carteles que ofrecen abrazos gratis… Y los disfraces, por supuesto.

Son muchas las personas que llevan atuendos completos de nobles del siglo XVII cuya preparación y colocación debe haber demandado, por lo menos, un par de horas. Cuenta la leyenda que ese tipo de trajes remiten a una de las historias más ricas del Carnaval: la que asegura que muchos aristócratas utilizaban la festividad para mezclarse con el pueblo en los días más divertidos del año.

En general, los nobles carnavalescos caminan en pareja (aunque se ven algunos en solitario y casos de familias completas), saludan a todos los transeúntes como si estuvieran en su carroza real y aceptan posar de buena gana con cualquiera que se los solicite. Puede vérselos en los alrededores de la Piazza San Marco, el sitio más concurrido de todo Venecia, pero también caminando por una de esas laberínticas y solitarias calles (lo que le da a la escena un marco de misterio y magia) o montados sobre el vaporetto, el barco colectivo que recorre los canales principales. El Café Florian, espacio más que tradicional ubicado en la mismísima San Marco, es “el” lugar para ver los disfraces más completos, producidos y estrafalarios.

 

 

 

Pero la ciudad no siempre pudo vestirse para la fiesta. Dicen que el desenfreno que produjo el Carnaval en la historia remota fue tal que ya en el siglo XIII aparecieron prohibiciones para impedir que los venecianos circularan disfrazados por la ciudad. La locura continuó dos siglos: en 1458, se emitió un decreto que impedía a los hombres ingresar en los monasterios vestidos de mujeres.

Estos intentos por frenarlo sólo generaron mayor interés en los habitantes. Las máscaras fueron abandonando las fechas de la festividad y se convirtieron en elementos cotidianos de la ciudad. Por eso, apenas comenzado el siglo XVII, se anunció a los pobladores que aquel que llevase su rostro cubierto fuera de las fechas permitidas por el evento podía pasar hasta dos años preso. Por esas mismas fechas, una nueva ley advirtió a quienes acudían a las casas de juegos de azar sin sus caras visibles. Esta fue, según la mayoría de las fuentes disponibles, la época de oro del Carnaval veneciano. Luego, la declinación. La invasión napoleónica de 1797 acabó, además de con la independencia de esta región, con su más afamada celebración. La resurrección tardó mucho en llegar: recién en 1979 volvió el Carnaval de Venecia, a partir de una iniciativa de los pobladores.

Tradiciones, paseos y sabores

La elaboración de las máscaras, conocidas como maschera nobile, es un verdadero arte en la ciudad. Si bien es posible encontrarlas por muy pocos euros en los cientos de locales callejeros que se montan para estas fechas, existen sitios como TragiComica, en la zona de San Polo, o Atelier Marega, en Castelo, donde se exhiben algunas piezas únicas. En ambos lugares las elaboran según la técnica de cartapesta, que data del 1300. Si bien en un principio eran solamente blancas (sigue siendo el color predominante) hoy es común ver plateadas, doradas, rojas y negras, todas con demasiada brillantina. Otro atuendo que abunda es el característico sombrero negro de tres puntas.

El centro neurálgico del Carnaval es, como no podía ser de otra forma, San Marco. La variedad de actividades, fiestas públicas, desfiles de carrozas, recitales en vivo, degustaciones de comidas típicas y performances de artistas callejeros es prácticamente infinita.

Una recomendación es caminar en dirección al Puente de los Suspiros, que une el Palacio Ducal con la antigua prisión y subir a las escalinatas que hay allí cerquita. Desde arriba, es posible tomar conciencia de la cantidad de gente que circula. Es tan intenso el tránsito humano, que en las mercerías, esas callecitas atiborradas de negocios que unen San Marco con el puente del Rialto, el mercado de frutas, verduras, carnes y pescados, hace que los policías locales establezcan manos de circulación, como si se tratara de vías para automóviles: por algunas arterias sólo se puede ir en una dirección y, para volver, hay que dar un largo rodeo.

Esta superpoblación es la que dificulta, en parte, disfrutar de las atracciones de la ciudad. Es casi imposible circular por el Palacio Ducal, que cuenta en su recorrida la historia de la República en su época dorada, entre los siglos XII y XVIII, sin recibir un pisotón. Sí se puede asistir sin grandes problemas al Museo Correr, que muestra la vida cotidiana de los venecianos a lo largo de la historia, o dar una mirada sobre el clásico Hotel Danieli, el albergue más lujoso e histórico de Venecia. Por alguna razón, recibe un caudal de público muy por debajo del de su par y el visitante puede disfrutar del paseo a sus anchas.

Quienes se agoten del ruido y los disfraces, pueden ir hasta la Cantina Do Mori (Sestiere San Polo 429), un sitio oscuro que desde afuera prácticamente no se ve y que, a pesar de estar muy cerca del puente del Rialto y de estar rodeado de Carnaval, no permite que la festividad ingrese en su salón. Este lugar es el mejor sitio de toda la ciudad para comer cicchetti. Se trata del equivalente local al tapeo español: una serie de pequeñas comidas que se consumen con los dedos, que tienen un costo muy bajo por unidad (el promedio es un euro y medio) y que obligatoriamente tienen que acompañarse con un buen vino, llamado ombra (sombra, en nuestro idioma), que se sirve en vasos pequeños.

El Carnaval cierra con una fiesta nocturna y multitudinaria en San Marco. Minutos después del último acorde, una cuadrilla infinita de personas limpia todo y le quita a Venecia el disfraz que había vestido durante una quincena.