La ciudad se transforma. Aquellos senderos con trabajadores en hilera, cual hormigas uniformadas en trajes oscuros y anteojeras digitales que apenas les permiten elevar las cabezas, muta a una plaza de amplio cielo. Desde allí sobresalen los altos edificios que se aprecian desde las bancas de esa plaza; bancas que cotizan en alza cuando la city porteña permanece cerrada
La invitación es recorrer, vivir, la histórica zona de Retiro en fin de semana. Porque es hermoso hacer turismo en nuestra misma ciudad y más aún cuando las caminatas sin prisa se combinan con una relajante piscina cubierta, sumado a la equilibrada amalgama entre el sauna, las duchas y el baño turco; los exquisitos brunchs y los bocadillos del Club Lounge en el piso 22 del tradicional Sheraton Buenos Aires Hotel. Allí mismo, en pleno corazón de Retiro.
La primera reacción al ingresar a la suite es correr hasta el amplio ventanal y lograr admirar desde lo alto a la rojiza Torre de los Ingleses. Al unísono, el bellísimo y recientemente restaurado edificio de la terminal de trenes del ferrocarril Mitre, también capta la atención de los huéspedes.
¿La segunda? lanzarse sobre la mullida cama king size. No es menor la observación acerca del confort en conjunto que ofrecen el sommier, las numerosas y diversas almohadas, como también toda su blanquería.
Es en los detalles al despertar, que uno descubre los diferenciales de un cinco estrellas. También, las batas almidonadas y las pantuflas con el monograma de la S laureada completan esa imagen idílica que esperamos.
El dorado es el color predominante en la decoración general del hotel pero las habitaciones, más clásicas, tienden a un tono beige más austero. Si de servicios hablamos, el pendiente sería propiciar mayor cantidad de tomas de electricidad, accesibles para que los viajeros estén más conectados. Afortunadamente, el wi-fi está incluido en la tarifa de la habitación y permite una navegación ágil.
Difícil resistir la tentación de sentarse a descubrir que el río está mucho más cerca de lo que obstinadamente entresemana negamos. Incluso, entre pilas de containers también podemos encontrar algún valiente navegante en su velero. Pero aprovechamos el sol para redescubrir los «no lugares» porteños.
Estaciones, plazas y arte
El hotel, visto desde la plaza en la que reina la Torre Monumental con su enorme reloj,( conocida como Torre de los Ingleses) obsequio de la corona británica para el centenario de la Revolución de Mayo, resalta por su fachada racionalista de hormigón y oscuros vidrios. Aún con casi 50 años, luce moderno y antagónico a la estación de trenes del ferrocarril Mitre.
Y aunque no tengamos el apuro de perseguir ninguna formación por los andenes, es realmente atractivo descubrir el magnífico hall, que fue remodelado y no tiene mucho que envidiarle en su arquitectura a la Grand Central Terminal de New York.
Desde Avenida del Libertador habrá que escalar la barranca de la Plaza San Martín, desandando prolijos senderos, detenerse en uno de los bancos de madera a la sombra de los gomeros o de algún colorido jacarandá, para llegar al imponente monumento al General San Martín.
Aquellos que hayan sido lectores de Ernesto Sabato, quizá intentarán reconocer cerca de la boca del subte el escenario donde se encontraba fortuitamente Juan Pablo Castel, protagonista de la novela El Túnel, con María Iribarne, su amada y víctima. Quizá hayan sido pálidos testigos el joven y el anciano de «Le doute» (La Duda), que esculpió el francés Louis Henri Cordier en mármol de carrara.
Sobre la calle San Martín, que desciende desde la Avenida Santa Fe, de regreso al Sheraton, encontraremos el rascacielos porteño por excelencia: El Edificio Kavanagh. Con sus 120 metros supo ser por varios años desde su inauguración en 1936, el más alto de Sudamérica.
Hoy está lejos de ostentar ese récord pero mantiene un mito sobre su construcción. Aunque haya incongruencias temporales, muchos se hacen eco de ese relato sobre su origen: Mercedes Castellanos de Anchorena le prohibió a su hijo casarse con Corina Kavanagh, una joven de familia adinerada pero sin alcurnia. Corina, por despecho, mandó a construir la enorme torre de estilo art decó para tapar la Basílica del Santísimo Sacramento, la iglesia que los Anchorena dejaron de admirar desde su palacio, al otro lado de la plaza, hoy sede de la Cancillería.
Club Lounge, Spa y ristorante
Ser huéspedes de los pisos ejecutivos del Sheraton, nos habilita a disfrutar de hermosos atardeceres desde el Club Lounge. Allí, con trato ameno, para nada acartonado, tendremos acceso a comidas y bebidas, sin cargo adicional, durante gran parte del día.
Por su parte, en el primer nivel del hotel, las tumbonas alrededor de la piscina climatizada, invitan al relax. Para los calurosos veranos porteños hay una enorme pileta al aire libre y también canchas de tenis.
El amplio centro fitness es la estrella de las instalaciones del Spa que se completan con el sauna seco y el baño de vapor, separados para hombres y mujeres, en sus respectivos vestuarios.
Ya sea por estar alojados o no en el Sheraton o en su vecino Park Tower, siempre es recomendable visitar el Buono Ristorante. Escondido prácticamente en el corredor que une ambos hoteles, allí se sirve cocina regional italiana auténtica. La atención es esmerada, con mozos de muy buen humor, y una cocina exquisita donde cada plato es construido con detalles que otorgan texturas y sabor.
No es preciso perder horas de viaje, pues en el corazón de Retiro se logra encontrar un buen descanso, agradables paseos y la atención que conquista a los extranjeros en cada visita.