Elegir un destino de aventura para escapar de la ciudad con niños es todo un desafío. Existe un prejuicio de que los niños se cansan rápido. Y en realidad lo que sucede no es que se agotan físicamente, sino que se aburren! Para combatir ese peligrosísimo «¿cuánto falta?» encontré en Tandil dos centros de actividades que nos van a permitir estar todo el tiempo al aire libre, en movimiento y con la ansiedad de saber qué es lo próximo que haremos. Además, a 400 kilómetros de Buenos Aires, las picadas tandilenses son las mejores.
Cerro El Centinela
Si aceptamos la versión de que Tandil sería una deformación de «piedra que late» en mapuche, haciendo referencia a la histórica Piedra Movediza, no nos van a sorprender que la mayoría de los nombres surjan de lo que el hombre imagina ante a las formaciones rocosas, en especial frente a lo que se llama monumentos megalíticos o menhires: piedras paradas, solitarias, que parecen puestas escenográficamente.
Es el caso de «El Centinela», un vigía granítico de 7,80 metros de alto, que custodió la febril labor de extracción de los picapedreros en el siglo XIX, que convertían la piedra tandilense en los cordones y adoquines porteños. Hoy es protagonistas de selfies y hermoso atardeceres.
En 1995 Luis Cerone comenzó a construir el complejo turístico con claros principios de sustentabilidad (antes de que la palabra estuviese de moda). Y en el 2000 concretó la locura de instalar una aerosilla de 630 metros en medio de la provincia de Buenos Aires, donde no nieva. Sin embargo funciona todos los días del año y brinda una postal en movimiento imperdible a cualquier edad.
Paseos a caballo, senderos entre las piedras y el bosque, plaza de juegos, rapell y tirolesa, visitas a las plantaciones de aromáticas y frutos finos (que luego se convierten en dulces caseros), más una propuesta gastronómica sensacional son la oferta, que se completa magníficamente con alguna anécdota del propio Cerone, que sigue trabajando junto a toda su familia.
El Valle del Picapedrero
Sobre las laderas del cerro Aurora se encuentra este parque de aventuras, ideal para infartar abuelas con fotos de los niños pendiendo de una cuerda. Y aunque parezcan actividades riesgosas hay un circuito definido y la seguridad es la premisa: arnés y casco serán fieles compañeros.
Llegamos en medio de una tormenta, pero los guías auguraban que el sol retornaría para la última salida de la tarde. El vagón de tren, que es la boletería, sirvió de refugio y matera junto a otra familia, mientras los niños compartían crayones. Mágicamente el sol secó las desafiantes paredes de granito y llegaron más turistas con muchos más chicos, los verdaderos protagonistas.
Las pocas intervenciones que hay en el complejo son para fijar las líneas para escalada y rappel y los cables de las tirolesas y puentes tibetanos, por lo que el paisaje es el mismo que veían quienes picaban en las canteras, que también usaban estas técnicas para moverse entre las rocas.
La sonrisa de superación de los más pequeños desafiando la ley de gravedad en medio de la naturaleza es el mejor recuerdo que uno puede llevarse de un viaje a Tandil.
+info: www.cerroelcentinela.com.ar y ww.valledelpicapedrero.com.ar