Sobrevolando el Pacífico, siguiendo la línea del Ecuador, a casi mil kilómetros de la costa del continente americano, un archipiélago formado por un grupo de islas desafían la fuerza incontenible del océano. Sus cimas coronadas por grandes cráteres de volcanes que todavía se encuentran activos, se levantan abriendo las aguas, orgullosas de haber aportado al planeta nuevas extensiones de roca, que pronto serían colonizadas por una gran diversidad de vida. Hoy Las Galápagos son el hogar de una gran variedad de animales que sólo se encuentran en estas islas, y que conviven de manera sorprendente con los lugareños y todos aquellos que visitan el Parque Nacional en busca de ser protagonistas del paisaje y encontrarse frente a un paraíso natural único en el mundo.
Santa Cruz, punto de partida
Nuestra aventura comienza arribando al aeropuerto de Seymour, en Baltra, una isla pequeña donde ya se vislumbra el característico suelo volcánico. Luego de atravesar la isla, cruzamos un estrecho canal en unas pintorescas lanchas que en pocos minutos nos llevaron hasta la costa norte de la isla Santa Cruz. Nuestro primer destino, Puerto Ayora. Desde ahí cruzaríamos a las distintas islas que competían, cual sirenas, para atraernos con sus encantos. Sus casas, hoteles y prestadores se distribuyen en no más de diez cuadras de extensión con la calidez de un pueblo costero. A no más de una hora caminando por un estrecho sendero que atraviesa los bosques de cactus típicos del lugar se llega a Bahía Tortuga, una playa de arena blanca con olas tan parejas que los amantes del surf no dudan en aprovecharlas. Más adelante, luego de atravesar unos manglares elegidos por las iguanas para descansar, una península protege una extensa bahía de agua clara, donde no se necesita más que la máscara, el snorkel y unas aletas, para disfrutar de un espectáculo submarino donde los diferentes peces forman extensos cardúmenes decorando con sus colores brillantes el suelo arenoso. En la tranquilidad de la noche, algunas cuadras se llenan con las mesas de los puestos de comidas, donde la langosta y los peces frescos son una tentación irresistible. Para despedirse del día hay que recorrer su colorida costanera. Sus noches tranquilas y apacibles invitan a caminar hasta un importante muelle con una galería poblada con bancos, que si los lobos marinos no los ocuparon primero, permiten observar la salida de la luna sobre el mar.
Isabela, tierra de volcanes
En Isabella, la isla más grande del archipiélago, el encanto de las Galápagos se incrementa a cada paso y con cada brazada. En sus costas, las exóticas iguanas marinas, se recuestan sobre las rocas desafiando la embestida de las olas, en los riscos, las bandadas de piqueros acaparan la atención con el color tan particular de sus patas azules y con el despliegue de sus cortejos entrechocando sus picos, y en el interior de la isla, los majestuosos cráteres de los volcanes Cerro Azul, Sierra Negra, Alcedo, Darwiny Wolf, quienes todavía se encuentran activos, dan testimonio del joven origen del archipiélago.
El pequeño Puerto Villamil es el punto de partida para las excursiones de esta isla. Desde allí salen las lanchas que llevan a recorrer lugares como Los Túneles, donde se puede nadar en compañía de tortugas marinas, y observar desde la superficie del agua una gran variedad de peces. En las rocas que sobresalen del agua suele haber pingüinos de galápagos. Un poco más pequeños que los pingüinos de Magallanes, esta especie es endémica del lugar y no se los ve incómodos con el calor. Otro lugar que merece ser visitado es el de Concha de perla. Una pasarela que comienza a metros de “El Embarcadero”, cerca del muelle del puerto, atraviesa un manglar habitado por una colonia de lobos marinos, hasta llegar a una especie de bahía que es alimentada por el mar con cada cambio de marea. El lugar es ideal para pasar la tarde haciendo snorkel y observando los coloridos peces que habitan ese hermoso reducto.
Floreana, paisajes de postales.
Nuestra próxima salida nos llevará a Floreana, una isla con paisajes dignos de las mejores postales. Luego de dos horas de lancha atravesando las ondulantes aguas del Océano Pacífico arribamos a la isla. Los pocos pobladores que tienen el privilegio de vivir en esta pequeña extensión de tierra, todavía conservan el entusiasmo de los pioneros como la familia Wittmer, sus primeros pobladores, que más de un siglo atrás y contra las complicaciones propias de la época hicieron historia junto a piratas y balleneros. Apenas desembarcamos nos encontramos con una cálida bienvenida. Sus costas poseen unas vistas maravillosas, incluso hay una playa de arena completamente negra, producto de la piedra volcánica. Después de internarnos en la isla llegamos a una galapaguera, un amplio reducto donde, además de estar protegidas, se puede observar a las tortugas gigantes de galápagos. Con movimientos lentos pero determinados a sortear cualquier dificultad del terreno que se les presente, su tamaño es impactante y la posibilidad de observarlas de cerca permite sorprenderse con su fisonomía, propia de la era Jurásica. La isla también es refugio de iguanas marinas, flamencos rosados, tortugas marinas y en sus costas, como en gran parte del archipiélago, suelen juguetear los lobos marinos.
A bordo del Nautilus
Galápagos es un destino que no puede faltar en la lista de quienes se consideren amantes del buceo. Con 15 islas principales, 3 islas más pequeñas y más de cien rocas e islotes, este archipiélago está ubicado estratégicamente donde chocan las corrientes frías de Humbolt y de Cromwell con las corrientes cálidas del Pacífico, provocando que este lugar sea el refugio de una inagotable variedad de fauna marina y el deleite de buceadores de todos los niveles, desde iniciados hasta expertos. Con la ansiedad de conocer los lugares más representativos, nos embarcamos en el “Nautilus” un rústico velero de andar sereno que recorre los distintos santuarios donde acompañados por guías expertos se puede vivir la experiencia de sumergirse en compañía de tiburones martillo, observar los movimientos elegantes de las manta rayas , encontrarse rodeados de extensos cardúmenes y sentir la adrenalina de compartir una experiencia frente a los tiburones de Galápagos.
A medida que pasan los días es fácil entender la importancia de cuidar y proteger este refugio de exuberante vida, para que pueda ser disfrutado por todos aquellos que aman la naturaleza. La experiencia de visitar las islas es abrumadora y no se agota con un solo viaje. Definitivamente, las Galápagos, son un viaje al pasado para repetir una y otra vez. /