Del otro lado de la mesa de oficina en el Puerto de Ingeniero White, siento que Martín -Guardaparque encargado de la Reserva Natural Bahía Blanca, Falsa y Verde- se prepara para contarme una historia.
Su mano amaga a pasar por su barba, estirándola como hacen los sabios en mi imaginario, pero no. En cambio, sonríe ancho y mira fijo con los ojos bien abiertos. Despliega un mapa y frunce el ceño como si fuera a contarme dónde está escondido el tesoro. Su dedo apunta a una isla.
Reserva Natural Islote de la Gaviota Cangrejera
«Desde hace muchísimos años…» las Gaviotas Cangrejeras llegaban a la isla de 200 hectáreas para reproducirse. Y aunque la intermarea muchas veces barre con sus nidadas, siempre volvieron porque es el lugar con mayor densidad de cangrejos.
Con la concreción del puerto y la profundización del calado del río para que pudieran ingresar barcos de carga pesados (1988 y 1992), la ciudad arrojó la tierra extraída a la isla. Los movimientos de maquinaria y el cambio del entorno hicieron que no se volviera a ver una Gaviota Cangrejera.
A partir de 1997, comenzaron a realizarse estudios para la preservación de las Bahías y, al año siguiente, la Reserva Natural Bahía Blanca, Falsa y Verde se constituía con 260mil hectáreas en las que habitan guanacos, zorros, gatos monteses, vizcachas, peludos, maras, gatos de pajonal y pumas.
También una fauna marina muy rica, entre la que se destacan los lobos marinos, las tortugas, delfines toninas y franciscanas, y algunos tiburones que ingresan a los canales a tener sus crías.
La región fue declarada como sitio de importancia de la red hemisférica de aves migratorias y playeras. Jotes, garzas, ostreros y biguás… pero las gaviotas cangrejeras habían perdido su lugar.
A partir de la conservación del estuario, del pasto espertina y de la vegetación arbustiva, se vió su retorno. En 1999 se recuperó la primera colonia.
El Puerto
«Mañana vemos cómo está el viento y te llevo a conocer la isla», me dice Martín cerrando la noche. Me advierte que a las 8am me está pasando a buscar y me avisa que «hay una alarma del puerto que suena cada 24 horas, para hacerte acordar que si se dispara en otro horario puede haber habido un derrame o pérdida». Simpático.
Pienso en eso y en la Reserva después de ducharme y comer algo. Estoy en el puerto, pero todavía no vi agua. Tengo enfrente un murallón de empresas con paredes grises por paisaje.
Cuando por la mañana abro la puerta y encuentro a Martín con dos chalecos salvavidas me cambia la expectativa. De camino a la bajada del gomón, advierto la magnitud de lo que veía -a escala- desde la ventana de la base. La ruta 3 separa a la población de la costa y una inmensa franja de industrias petroquímicas se asegura que eso no sea algo que se pueda cruzar caminando.
Pueden imaginar la cantidad de preguntas incisivas que le hago a mi compañero. «Bahía Blanca es una ciudad de espaldas al mar. Es lo que dice la gente. Le tomaron repulsión. Nunca hubo playa, pero la gente se acercaba a disfrutar la intermareal que sube y baja», me cuenta mientras maneja, ceño fruncido y barba intacta; «Me gusta pensar que las gaviotas cangrejeras son la primera línea de defensa del estuario».
¿Qué pasa con las personas que, del otro lado, perdieron el privilegio de tener el acceso al mar? «El puerto de Bahía Blanca es el primero autónomo. Es un consorcio conjunto entre empresas privadas y el Estado. De los ingresos se reinvierte mucho en la infraestructura de la ciudad, en clubes por ejemplo. Encuentran compensación ahí», argumenta.
Yo recuerdo que es uno de los puertos más importantes del país y que supo tener una de las vías férreas más grandes de latinoamérica. No maneja poco dinero. Por ahora no he visto reflejada la inversión, ni siquiera en el principal perjudicado: Ingeniero White.
La Ría
El cielo está algo nublado y el viento no es demasiado fuerte, pero lo suficiente como para hacer que la pequeña embarcación de panzazos a cada oleada. Por momentos estamos en una doma. Yo voy parado, pero agarrado de una soga. Mi mano libre custodia que la cámara no se moje.
El clima empeora. No podemos seguir y aunque el viaje queda trunco, no la experiencia. «Ese es El Usurbil, ¿te acordás?», me indica Martín, ceño fruncido, barba intacta, sonrisa amplia. Habla del viejo gran barco pesquero encallado, que supo ser espía en Malvinas. Hoy es el hogar de algunos Jotes.
Rescato las principales postales de mi visita. Recreo las problemáticas en mi cabeza y las mastico. Es evidente a qué se enfrenta esta población de Gaviotas Cangrejeras. Es evidente con qué convive la Ciudad de Bahía Blanca. Es extramadamente necesario el trabajo de conservación de los Guardaparques en las bahías. Me aferro todavía más a mi viaje sustentable. Me atrinchero en su defensa, como las gaviotas cangrejeras.
Recomendación de Martín
Cinti S. (2016) «Las Islas de la bahía Blanca»– Bahía Blanca, Argentina – Editorial. Vaca Sagrada.