Desando los pasos que me llevaron al pedregullo de la costanera de San Blas como quien tiene que ir al encuentro de un genio, pero no tiene claro cómo formular el deseo a pedir.
La mixtura de sensaciones es tal que hasta el rostro se siente cálido, por el sol de atardecer que hasta hace instantes me curtía los cachetes, pero también un tanto frío por el agua que salpicaba el oleaje y el viento.
Estoy en las rutas para visitar Reservas Naturales Protegidas, conocer nuevas formas de vida sustentable y reproducirlas. ¿Cómo no van a sentirse jaqueados mis valores cuando en un área de conservación no sólo no hay presencia de Guardaparques, sino que el brillo de su ausencia hace que la región sea considera el Edén de la explotación pesquera?
Necesito mesura. Algún argumento placebo para mi fundamentalismo. «Después de todo, son prácticas antiquísimas. Son formas de vida. Es cultural», pienso en la justificación que no me conforma. ¿Pero cómo lo expreso sin herir susceptibilidades?
EL PLANTEO
Abro despacio la puerta, pero no chilla, no es pesada ni es de madera gruesa. Es una puerta de vidrio. No camino por grandes pasillos, alcanzo a dar dos o tres pasos nada más. No hay infinitos corredores ni varios pisos, la biblioteca municipal son cuatro paredes de habitación con estanterías. Viro mi cuerpo 45 grados y, a través de sus lentes, conecto con la sabiduría: «Hola, ¿te puedo ayudar?», me saluda.
Cintia Pergañeda es el árbol de la vida de San Blas. Se dedicó a su historia, la experimentó. Como los libros en la biblioteca, pasa los días al servicio de la comunidad. Es la principal fuente de consulta vecinal y yo vengo a plantearle mi conflictuada discrepancia con la pesca en Reservas Naturales. «¿Tenés tiempo?», me invita a sentarme a debatir.
Coincidimos en que hay una falta de inversión presupuestaria para que el área protegida efectivamente esté protegida. Cada uno ensaya una especulación al respecto, pero decidimos no ahondar en las trabas, sino en soluciones. Si el tema es la sustentabilidad, para que San Blas pueda subsistir de un recurso renovable o al menos inagotable -libre de explotación animal, agrego yo en mi ideal- debe ofrecérsele una alternativa.
Pensamos los dos un segundo. Hacemos silencio para pensar. Estamos en la biblioteca, se hace silencio per se. «¿Difundirías el atractivo de la Bahía como un sitio de reposo y descanso?», pregunto, intento. «…Por la tranquilidad, por su silencio, digo». Y la sabiduría me corrige: «Prefiriría difundirla por lo que tiene para decir… Tengamos Un viaje por la América Meridional«.
OBSERVACIÓN E HISTORICIDAD
La referencia es para las crónicas de Alcides D’Orbigny, naturalista viajero que llegó a Fuerte del Carmen (Viedma-Patagones) y se incursionó hacia Isla del Jabalí (San Blas) en 1829.
El Fuerte albergaba españoles independientes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que dos años antes defendieron la región de incursiones del Imperio Brasilero. 50 kilómetros al norte, el que lo recibió fue Fernando Alfaro, un estanciero, arrendatario y traficante de esclavos.
En la conformación política de lo que luego sería el actual pueblo de San Blas, la estancia pasó de mano en mano y creció a través de la familia Mulhall, primero, y Wasserman, después. El casco principal de la estancia hoy es mitad museo histórico, mitad hospedaje. Sus amplios ambientes y lujos, preservan la imagen de la época colonial.
En tanto, lo verdaderamente atractivo para un viajero del estilo de D’Orbigny es lo que nos maravilla a los amantes de la naturaleza:
He hallado numerosos insectos que no había visto nunca antes (…) serpientes, adornadas de los colores más vivos (…) pájaros que me perecen completamente nuevos.
A la lista, me cuenta Cintia que se suman vizcachas, peludos, tortugas, chanchos cimarrones, avestruces, pumas, perdices, zorrinos y zorros. Conseguí avistar a la mayoría de ellos y, más allá de los plantíos frutales de las estancias, el paisaje de transición entre el verde monte bonaerense y el rojizo de estepa pagatónica, se mantiene.
Pocos años después del francés aventurero, pasaba por la Bahía -aunque sin desenbarcar- la expedición Beagle, al mando del Inglés Robert Fitz Roy, que transportaba a otro destacado: Charles Darwin.
La Bahía de San Blas sin dudas es un Edén de la América Meridional, pero no para la pesca. Es la pesca la que ha hecho que el delfín franciscana y el tiburón carzón estén en peligro de extinción.
Todos podríamos disfrutar, embarcados e incluso desde la costa, de un turismo bien pensado de avistaje y observación. Al mejor estilo D’Orbigny y Darwin. Como lo hay, por ejemplo, en Península de Valdés. Es necesario por la preservación de especies, tanto como por la sustentabilidad de las actividades económicas que dan vida a San Blas.
EL TRÉBOL
Sobre la avenida principal, frente a la biblioteca y la radio municipal, se encuentra el Camping y Proveeduría El Trébol.
Le comento a su dueño, José, el objetivo de mi viaje con la intención de sumarlo a Las Rutas del Flaco, pero aparentemente muchos se aprovechan de las honorabilidades y no son recíprocos, lo que lo hace desconfiar fuertemente de mis intenciones y rechazar. Me ofrece pasar la noche, igualmente.
En esta nota dejo claras mis intenciones y mi honorabilidad también, en hacer mención del hermoso sitio, cómodo y limpio que tiene.
Espero que se llene de acampantes con la voluntad de disfrutar del Edén de San Blas sin dañarlo.