Los argentinos tienen un matrimonio con la cerveza pocas veces visto. Es el amor ciego más eterno que jamás nadie se atrevería a juzgar. Esa pasión que acompaña reuniones de amigos, que envuelve los partidos en las canchas y por la que se suspiran cada vez que se pronuncian las palabras mágicas: una Quilmes bien helada.
Detrás de la espuma, y aunque algunos no la quieran en su copa, hay algo más importante que se convierte en la verdadera razón de ser de esta bebida: el lúpulo.
El escenario fue el pueblo rionegrino de Mallín Ahogado, localidad cercana a El Bolsón, en la Patagonia Argentina. Geográficamente lo identificamos como el Paralelo 42´, ubicación por excelencia para su producción ya que, entre otras bondades, aporta muchas horas luz. Y eso es ideal para el crecimiento y rendimiento de esta flor.
En un marzo cálido participamos de la experiencia «Del campo a la botella» para vivir de cerca lo que sucede al momento de cosechar el lúpulo. Fuimos unos privilegiados pues se nos revelaron imágenes de las que poco se conoce.
Contrariamente a lo que sucede con las vides, de las que uno tiene iconográficas cercanas, las plantaciones de lúpulo están vedadas al público general. Una paradoja, si hablamos de la bebida que más se consume entre mesas y bodegones.
En esa Comarca Andina, crecen cual gigantes de acero verde, las plantaciones de esta flor tan preciada. El lúpulo tiene el tamaño de una aceituna y lo que realmente sirve es lo que lleva dentro. Ese oro verde se extrae de su centro para saborizar la cerveza.
Crecen de manera vertical y se organizan en guías. Un cableado marca la altura a la que treparán (no más de cinco o seis metros). Al momento de la cosecha se corta la base de la planta con un machete. Luego un tractor secciona la parte de arriba y será tarea de una máquina especial extraer las flores que servirán para la fabricación de cerveza.
Si bien es uno de los actores principales en la elaboración de esta bebida, no es el único. Los otros que lo secundan son la malta de cebada, el maíz y otros cereales, la levadura y el agua. Todos ingredientes naturales que en su debido proceso permiten elaborar «el sabor del encuentro».
Aunque hoy proliferan muchas ofertas, Cervecería y Maltería Quilmes es quien lleva la marca registrada en el ADN albiceleste. Y dejando de lado lo pasional, debemos decir que como empresa, funda sus bases en una política de sustentabilidad para imitar. Desde el reciclado de botellas, el cuidado del agua, la optimización de los recursos y hasta los medios de transporte. Son puntos no librados al azar, pues los aspectos ambientales atraviesan todas las escalas y las decisiones con el objetivo de reducir el impacto que pueda generar en el lugar que habitamos.
Algunas vez almorzaron custodiados por espaldares de plantas de lúpulo? Tuvimos ese privilegio, y esos centinelas, por más amargor que conserven en su seno, no opacaron la experiencia y nos permitieron valorar la importancia de este ingrediente natural.