En un ala de la latitud norteña, situamos a “la linda”; en el otro, a la cuna de un ex presidente de tupidas patillas. En la mesa del convite servimos una copa de cada terruño.
Al riojano, lo encontramos con aromas florales, jugoso, con una acidez típica del Torrontés plantado en la altura del Valle del Famatina. Dato no menor, si se tiene en cuenta el trabajo que se debe hacer en esas tierras cuando el calor apremia.
En cambio, en el Valle de Cafayate salteño el clima permite una suerte de tregua. Los perfumes sobresalen y los sabores amargos suelen ser más moderados. Se lucen sus notas cítricas y redondez en boca. Conserva su frescura, aunque la crianza en roble lo vuelve robusto, rasgo que no a todos los paladares le sienta bien.
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