En uno de los edificios más emblemáticos de la bella Santiago de Chile se preparó por más de dos temporadas uno de los platos fuertes de la hotelería americana. Con ningún antecedente en Latinoamérica desembarcó la cadena Mandarin Oriental en la región.
El trabajo de fundar la esencia Mandarín se ha convertido en una delicada labor. Hacerlo sobre un hotel que fue icónico y tratar de mantener ese prestigio cambiando su imagen ha sido un gran reto que incluyó actualizarse en las tendencia de mobiliario, colores y demás ingredientes para un refresh perfecto y armónico.
El visitante se encontrará con el único hotel de Santiago que cuenta con un jardín dentro de sus instalaciones. Habrá experiencias que no son ostentosas sino de un sereno lujo.
La reinvención
El primer paso importante -ya dado el pasado año- ha sido la elección del chef a cargo del desarrollo gastronómico. La elección recayó en manos de Germán Ghelfi, cordobés, quien se formó en la escuela de cocineros Azafrán cuando aún la cocina no estaba de moda.
Luego incursionó en el mundo de la pedagogía, dictando charlas, cursos y posteriormente, cocinó para diferentes restaurantes en su ciudad natal. Tiempo después, la vida lo llevó a participar en una competencia de cocina en Buenos Aires, donde fue descubierto por el chef ejecutivo del Hilton Buenos Aires, quien sin dudarlo, lo invitó a formar parte de su equipo de banquetes. Así su trayectoria construyó una espiral para arriba… siempre más alto.
Sin hotel de este lado, partir al otro sigue siendo sencillo y económico. Jetsmart une ambas capitales desde 67 dólares por tramo.
Ahora, el nuevo proyecto lo enfrenta a reinventar una experiencia chilena bajo el prisma de Mandarin. En sus pergaminos figura el haber ha logrado un cambio radical afincado en la recuperación de los ingredientes locales, algo de la raíz personal de cada participante de la cocina, como el ravio de la abuela, inspirado en una receta de la suya.
Una copa en Mandarín
Con el chef de comandante, se ha impulsado el primer proyecto vitivinícola de la cadena. En conjunto con el equipo enológico de Lapostolle, viña franco-chilena dedicada a cepas de clase mundial en el Valle de Colchagua, dieron vida a la primera etiqueta en dos versiones.
Así nacieron Mandarín Oriental Carménere – cepa típica chilena- y Mandarín Oriental Blanc. Dos propuestas con las que esperan entregar un poco de Chile a sus huéspedes.
MO Blanc, el más complejo de los dos, se crea a partir de los viñedos de uvas chilenas de Semillón, produciendo un blanco seco y con cuerpo. Distinto a otros blancos porque tiene un dejo a frutas maduras, a miel y a menta. Va perfecto con la cocina de Matsuri”, el restaurant asiático del hotel, indica el chef. MO Carménère tiene toques de especias y frutas cálidas, maridando en perfecta armonía con la cocina italiana que se ofrece en Senso, otro de los restaurantes emblemático del hotel.
Hay mucha energía emergente en el lanzamiento de este espacio. Una efervescencia que se mezcla con la gestualidad oriental de la calma. Una mirada luxury que aprendió sabiamente a no ser nada lujuriosa