Perú es uno de los destinos más místicos para los viajeros. Encierra aventura pero también un halo signado por creencias en otras experiencias, en otras energías. Si bien Lima como capital tiene sus atractivos, el epicentro de la motivación está a dos hora de vuelo de allí; en Cusco o Cuzco – válidas ambas – inicia la ruta de la expedición.
Uno puede elegir entre hacer una viaje mochilero o sucumbir al lujo que se esconde entre las pequeñas calles cusqueñas. Es entonces cuando uno puede encontrarse con lugares como éste, un antiguo convento construido en las paredes originales que dejaron los Incas en el centro de Cusco. En aquél sitio donde, según la leyenda, el imperio dio comienzo.
En una pequeña plaza cerca de la Plaza de Armas y la catedral de la ciudad se encuentra este sitio algo secreto, levemente oculto, sutilmente acompañado por los árboles que circundan el ingreso. Allí es donde quienes lideran los proyectos del Orient Express (un expreso de lujo que une las rutas del altiplano) decidieron dar vida a un nuevo hotel.
Se encuentra en el sitio donde, antes del convento de la conquista, se elevaba un antiguo edificio inca y reutiliza las piedras que, según se cuentan, han sido base de la construcción original. Y se pueden observar a simple vista.
Poco después de la finalización del nuevo edificio, fue utilizado durante años como una casa privada hasta mediados del siglo XVI, momentos en los que tuvo una sucesión de propietarios, incluido el famoso guerrero y jugador Mancio Serra de Leguizamón.
En 1644 los jesuitas adquirieron la propiedad y la usaron como escuela. En 1650 Cusco sufrió un terremoto devastador y el edificio requirió reparaciones extensas. Continuó como escuela hasta 1673, antes de ser vendida a un propietario privado en 1687.
En 1715 se convirtió en «beaterio«, un tipo de convento para lo que se consideraba una «orden inferior» de monjas. Sus ocupantes provenían de familias de la aristocracia nativa, en lugar del clero inmigrante español. Las monjas nunca recibieron el nivel de financiación de que gozaban los «pedidos superiores», y por lo tanto, el tejido del edificio permaneció sin extremas modificaciones.
Se construyó una iglesia dentro del complejo que el público pudo visitar. En tales ocasiones, las monjas se sentaban en recintos cerrados que aún permanecen en pie. Aunque esta iglesia ya no está consagrada permanentemente, todavía se usa para el culto religioso, las bodas y las reuniones seculares. Un entrepiso encima de la iglesia ahora es biblioteca, que cuenta con una exhibición de artefactos descubiertos durante la restauración reciente.
Una de las celdas de las ex monjas tiene un fresco de Cristo, conocido como el Señor de Huanca, que siempre ha sido muy venerado por la gente del Cusco. Recientemente ha sido restaurado por el especialista Julio Ninantay.
Las monjas administraron un orfanato dentro de su complejo y también prepararon manjares de mazapán que vendían para recaudar fondos. Las transacciones se realizaron a través de una plataforma giratoria para que ni el vendedor ni el comprador se vieran. Este dispositivo aún se puede ver en la entrada del hotel.
Muchos frescos antiguos fueron pintados en las paredes del complejo, algunos de los cuales permanecen y han sido restaurados. Una fuente se encuentra en el centro del patio principal, con canales de agua de estilo Inca.
Una de las suites del hotel, que se cree que alguna vez fue el alojamiento de la Madre Superiora, tiene un techo artesonado pintado con rosas rosadas. Otras habitaciones tienen características como nichos de estilo Inca y arcos de ladrillo.
Los siglos más próximos
En 1961, las nazarenas disolvieron su orden en la de las carmelitas y se redujo el número de monjas que vivían en el edificio. En 1977, las últimos se mudaron y el edificio fue alquilada a la agencia gubernamental peruana Plan Copesco, con el objetivo de restaurarlo. Plan Copesco dejó el edificio en 1997 y en 1999 el contrato fue transferido a Orient-Express Hotels. Tras un complejo proyecto de restauración, se inauguró como Palacio Nazarenas en 2012. Fue dos años más tarde que se llamó por el nombre que aún conserva: Belmond Palacio Nazarenas.
El hotel cuenta con la primera piscina al aire libre en Cusco, un spa y un restaurante que utiliza hierbas y verduras cultivadas en los jardines del hotel.
Su ingreso se sitúa en una bonita y pequeña plaza de una cuadra encuadrada, frente a la Iglesia de San Antonio Abad, en una zona muy tranquila. Detrás de la plaza principal de Cusco, este antiguo palacio y convento emerge después de años de restauración para convertirse en uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad.
Sus muros de piedra inca, el patio del claustro y la antigua fuente son testigos de un pasado señorial. Pero bastará adentrarse un poco más para descubrir el Cusco contemporáneo.
Este íntimo refugio tiene tan solo 55 suites. La decoradora Janna Rapaport ha recurrido a la industria local a la hora de equipar el hotel, incluyendo todo el mobiliario de madera diestramente tallada, las telas de algodón Pima y los exquisitos bordados. Además, ha trabajado con una comunidad de tejedores de la villa de Chinchero, a las afueras de Cusco, en la producción de textiles y alfombras.
El artista Tater Camilo Vera colabora con ocho familias del pueblo de Racchi en la producción artesanal de todo el menaje para las mesas y de los jarrones que se entregan a los huéspedes como recuerdo. La exclusiva línea Apu Kuntur Tawa emplea ingredientes producidos por pequeños agricultores locales en la fabricación de sus productos aromáticos terapéuticos para el baño. La línea Aïny -utlizada en el spa- no solo fabrica productos orgánicos certificados usando formulaciones locales de Perú y Ecuador, sino que además dedica el 4% de su facturación a la financiación de proyectos de las comunidades indígenas.
La piscina se oculta tras una antigua fachada. Permite gozar de la privacidad que ofrece la primera piscina climatizada al aire libre de Cusco, ya que se encuentra en el interior del más grande de los siete patios, al amparo de los edificios y los claustros del hotel. Se trata del corazón y centro social del Belmond Palacio Nazarenas.
Todas las terrazas y patios se adornan con flores autóctonas y hierbas aromáticas. Las fuentes y canalizaciones de agua recuerdan a los canales de riego de los bancales del Valle Sagrado y Machu Picchu.
Junto a las puertas de madera maciza por las que se accede al hotel se encuentra la gran capilla. Esta se ha restaurado y rehabilitado, y su galería funciona ahora como salón para huéspedes.
El segundo piso alberga la biblioteca, lugar donde también se exponen antiguos libros de la época del beatario.
Su restaurant «Senso» -que con sólo pronunciarlo huele oriental- logra aunar la energía histórica inca-colonial y el ímpetu contemporáneo. Se anima a la carta internacional con versiones agionardas, tamizadas en ollas peruanas. Aparece el tabule pero a fuerza de quinua; surge el tartar pero apoyado en la plata; se insinúa el carpaccio pero con pulpo. Imposible perder la oportunidad de probar el cuy, la pieza típica de la comida peruana.
Sin dudas, una experiencia que conecta una cultura milenaria con el placer de detalles modernos al servicio de un huésped que elige dormir «entre Incas».
+Info www.belmond.com