La caminata hacia la moles pone en clima. En el barrio de Les Corts, en el lado este de la ciudad de Barcelona, y alejado de las místicas zonas de diseño y vanguardismo de Gracia o Born, se yergue el emblema de pertenencia más fuerte de la identidad catalana. El Camp Nou, con capacidad para algo más de 99 mil espectadores, es el más grande del continente, sostiene la euforia de más de 30 matchs al año que brindan la oportunidad de disfrutar del goce deportivo de uno de los jugadores más brillantes de la historia del deporte y un team que lo acompaña a una altura de distinción acorde a su genialidad.
Aún cuando la ocasión de disfrutar de la filigrana de Lionel Messi no está al alcance, la experiencia del tour por las instalaciones logra de un modo artístico e inteligente sumergir al visitante en la euforia local. La experiencia se inicia con los detalles de la fundación del club, de la mano del inmigrante suizo Joan Gamper en 1899. Los inicios del Barça coinciden con un reflote de la identidad catalana en los primeros pasos del siglo XX. Una experiencia ajena al deporte, pero que encontró en él un modo más de acentuar la distinción local en oposición al resto de España.
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Política y deporte
En un país donde las afluencias culturales encuentran mixturas en todas las disciplinas, aquí también la religión, la política y el arraigo local dieron vida a un escudo que incluía la cruz del patrono de Cataluña, Sant Jordi, y la bandera de la región.
Tras la victoria fascista en la guerra civil española que tuvo lugar de 1936 hasta 1939, los símbolos catalanes fueron prohiidos y el estadio se transformó en el sitio de encuentro de esa identidad proscripta. Allí era posible hablar la propia lengua en un lugar que sentían aún de su pertenencia.
Aún en medio de esta opresión política, el Barça había hecho su camino. La llegada del húngaro Laxlo Kubala en 1950 fue el primer paso hacia una seguidilla de cuatro títulos de liga y cinco copas nacionales que el antiguo estadio con capacidad para 48 mil personas, debió ser reformado, dando vida al Camp Nou que se inauguró en 1957.
Su construcción fue impulsada durante la gestión del presidente del club Francisco Miró-Sans y encargada al arquitecto y primo Francesc Mitjans. La obra fue inaugurada el día de Nuestra Señora de la Mercè, patrona de Barcelona, el 24 de septiembre de 1957.
La elección del nombre del estadio estuvo teñida de política nuevamente. Mientras la afición local deseaba homenajear al fundador, Joan Gamper, esto fue denegado por el gobierno. Con un estadio sin nombre, los lugareños lo llamaban «nuevo campo» (Camp nou en catalán) y, resignados, decidieron tomar el uso y costumbre de su pueblo para darle una identidad mucho más férrea, con ese nombre surgido de las entrañas de los seguidores.
Cuando se inauguró, el Camp Nou tenía una capacidad para 99.053 espectadores (se había abandonado el viejo proyecto de llegar a las 150.000 personas) y las dimensiones del terreno de juego eran de 107 por 72 metros (actualmente son 105×68, siguiendo la normativa que dispone la UEFA.). Los principales materiales empleados en su construcción habían sido el hormigón y el hierro. Desde aquel ya lejano año de 1957 el Estadio ha experimentado varias reformas y mejoras.
En 1982 se amplió la capacidad del Estadio en 22.150 plazas nuevas en la tercera grada. Así, el aforo del Camp Nou quedaba en unas 115.000 localidades. En 1982, precisamente, el Camp Nou fue la sede de la ceremonia y el partido inaugural del Mundial de España. Dos años más tarde, en 1984, se inauguraba el Museo del Club, situado en Tribuna 2ª gradería.
Durante 1994 se realizaron nuevas obras. Consistieron en rebajar 2,5 metros el nivel del terreno de juego, en la ampliación de las gradas bajas, en la conversión de las localidades de pie detrás de los goles en localidades de asientos y en la desaparición del foso de seguridad que rodeaba el terreno de juego.
Antes del cambio de siglo se reconvirtieron las localidades de pie en asientos. De este modo, el aforo quedaba en los más de 99.000 asientos que tiene hoy.
Ser barcelonés
Casi cuatro décadas más tarde, cuando el control del poder de Francisco Franco se debilitaba, el Camp Nou rompió una barrera al recomenzar sus anuncios y comunicación nuevamente en catalán, dando pie a un cambio hacia la modernidad de la convivencia según se la conoce hoy. Es que, para la afición azulgrana, el club es mucho más que eso. Por él transita gran parte de la identificación de una región que, más allá de diatribas legales, se siente auténticamente personal. La afiliación se hereda desde nacimiento: abuelos, padres, hijos y nietos son socios de la entidad. Hay una gloria que trasciende a los sucesos deportivos.
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