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El reino de las Hadas y los caballos bellos

Descubrimos la rocosa geografía de Capadocia. Nos alojamos en habitaciones con forma de cueva y vimos esta increíble ciudad desde un globo aerostático

“Cuenta la historia de un mago que un día en su bosque encantado lloró, porque a pesar de su magia no había podido encontrar el amor… Fue en una tarde que el mago paseando en el bosque la vista cruzó con la más dulce mirada que en toda su vida jamás conoció. Desde ese mismo momento, el hada y el mago quisieron estar solos los dos en el bosque, amándose siempre y en todo lugar. Y el mal, que siempre existió, no soportó ver tanta felicidad”.

Aquellos que hayan pasado los 40 años recordarán esta canción éxito de Rata Blanca en los ´90. La historia bien podría ser parte de una hermosa leyenda turca: el mago no era más que un hombre que convivía con criaturas divinas y se enamoró de una de ellas. Cuando la Reina de las Hadas se enteró del romance mal logrado, convirtió en palomas a todo su séquito y las encerró en piedras cónicas. A los hombres los condenó a cuidar de ellas, y así, cerca de esos “palomares rocosos” -que hoy se conocen como “Chimeneas de las Hadas”- se fue conformando el poblado turco de Capadocia.

 

 

 

De extraña geografía, la tierra de los bellos caballos (tal el significado de su nombre) es uno de los paisajes privilegiados y protegidos del mundo, incluido por la UNESCO desde 1985 en la lista del Patrimonio de la Humanidad.
Para llegar a Capadocia hay que volar hasta el aeropuerto de Nevşehir, a unos 217 kilómetros de Ankara, la capital de Turquía. También se puede arribar en micro desde cualquier otro punto de lo que antiguamente perteneció a la región de Anatolia Central. Pero recomendamos no arriesgarse a ciertas desventuras pues los ómnibus cuentan con WiFi pero no tienen baño para un viaje de más de 6 horas.

Con aroma a cal a cada paso, recorrer este paisaje lunar, de formaciones cónicas de hasta 40 metros de altura, es alucinante. Incluso para los cinéfilos, pues su geografía sirvió allí para una de las sagas de Star Wars. Aún hay gente que vive dentro de esas cuevas y nosotros como turistas también podremos vivir la experiencia en las rocosas habitaciones de hoteles que ofrecen servicios de lujo, como en los cuentos de “Las mil y una noches”.

Vuelta por el universo

Más allá de la leyenda, Capadocia es una formación natural generada por los volcanes que entraron en erupción. Y como en otros lugares, el paso del tiempo, la erosión y hasta la mano del hombre, esculpieron esas rocas de forma cónica y en un paisaje que todo el tiempo es ondular.

Quizás desde abajo no pueda apreciarse. Pero sí desde arriba. El oro más codiciado del lugar no es un viaje en alfombra, sino un paseo en globo: y así navegar los cielos sostenidos en un canasto que se eleva por la combustión del fuego que nos lleva a lo más alto. El precio no es cuidado, pero qué importa si las vistas devolverán con creces en satisfacción el dinero invertido.

Este espectáculo imperdible requiere también el sacrificio de madrugar: estar listos a las 4 AM con toda la ropa de abrigo posible, esperando el charter a las puertas del hotel. Y, hay que decirlo, también encierra una cuestión de fe, pues si el clima es adverso y no están dadas las condiciones para volar, es ahí, paradito frente a los recostados globos, donde recién te anoticiarán que tendrás que esperar otra oportunidad.

La emoción, ansiedad y hasta esa misma incertidumbre, aportan un carácter especial a la travesía. La recomendación es elegir con cuidado una empresa que se comprometa a devolver el dinero o cambiar por otra experiencia ante posibles suspensiones por meteorología. La moraleja: dejar agenda para segundas oportunidades en el itinerario de viaje.

Finalmente, en el ascenso todo es mágico. Durante la hora de travesía, los colores, el paisaje y hasta las caras de las personas que te acompañan (las que conocés y las que no), todo se verá distinto.

Amanece. El sol asoma tímido en este lado del mundo, jugando entre las “hadas rocosas” y haciéndole un guiño a todos los globos que se elevan. Tras el descenso, un brindis y una medalla nos esperan. Una forma espectacular de decir «buen día, hoy va a ser un día espléndido».