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El castor presidiario de Tierra del Fuego

castores en tierra del fuego

Ushuaia – Fin del Mundo

El fin del mundo es históricamente disputado entre Argentina y Chile. También lo es la Tierra del Fuego. Una de allá, una de acá. La misma isla dividida como una torta por la línea de un meridiano. El canal de Beagle, el Pacífico, el Atlántico y la cola de la Cordillera de los Andes hundiéndose curvada rumbo a la Antártida, por las islas perdidas del sur.

Luego de la tensión por el conflicto del ‘78, quedaron rispideces entre los destacamentos fronterizos. A los viajeros de a pie, así nos lo hacen sentir. Para los argentinos puede ser una sensación extraña el atravesar un cacheo carabinero para pasar a su propio territorio. Comprar un auto en el continente y llevarlo a la isla puede ser todo un problema. Pero los viejos estigmas se diluyen ante las ventajas de la sociedad sureña: el triángulo Rio Grande; Ushuaia y Punta Arenas es un circuito industrial y comercial muy próspero. De acá, se va para allá y viceversa. Según las épocas, a unos les conviene más que a los otros el cambio monetario y la gente aprovecha.

Como extranjeros en casa propia se sienten los castores en Tierra del Fuego, que son perseguidos por cazadores como política pública. Este animalito fue introducido a la isla en la década del ’40 por la armada argentina. Su piel cotizaba. Desde entonces, su población se multiplicó por diez. Ahora, sus embalses ahogan los bosques de lengas y modifican el bioma patagónico austral, por lo que les cabe una condena.

 

 

 

Presos, esperan su ejecución cortando árboles. Surge un paralelismo con la histórica cárcel del fin del mundo. Ésta, albergó foráneos condenados que cumplían su sentencia ni más ni menos que talando para la industria carbonífera, en las mismas tierras que hoy pertenecen al Parque Nacional Tierra del Fuego «Bahía Lapataia». El Penal cerró un año antes de la incursión roedora, lo que en esta línea fantástica es una continuidad.

Yendo al fondo del conflicto, la disputa está entre posturas ambientalistas y animalistas. Una problemática que atraviesa el país en todas sus regiones con diferente flora y fauna en tensión. En el caso de Tierra del Fuego, es evidente el daño que esta especie causa. (No, no la especie humana… el castor). El asunto es el costo de su erradicación: lo más accesible económicamente, dicen, es su exterminio.

Estamos en épocas de castores en bosques de lengas. Pero la lógica indica que esta mala convivencia, con las autoridades anoticiadas del fenómeno, no puede durar. Aún así, un sector del Parque Nacional está destinado al avistaje de sus represas. Y si bien el eje es la concientización respecto del daño que ocasionan, en algunas oportunidades también se los ha encontrado paseando por las calles de Ushuaia. Un espectáculo digno de la película «vecinos invasores», que nos hace replantearnos quién invade a quién.

Los bosques de lengas encantados. Las cumbres blancas y las intensas nevadas. Las cadenas del auto para el hielo. Las casas en las laderas de la montaña. Los barquitos y veleritos en fila. La ciudad, con sus luces amarillas que encienden de a poco, a medida que cae la noche, para iluminar las calles en vertical. Todo eso es Ushuaia como capital de la Provincia. Pero en esa descripción, por más erradicado que pretendan que esté, se ganó su lugar también el castor.

En una década, tal vez sea cosa del pasado, como lo es la historia del viejo tren del fin del mundo que transportaba a los reclusos. Quizás migrarán con algún pasaje de ferrocarril y entonces los trekkings pierdan la posibilidad de sorprenderse con ellos. Pero, por otro lado, se mirará el territorio desde la vista panorámica de la base del glaciar Le Martiel, sabiendo que debajo se sostendrá el bioma hogar del zorrito colorado fueguino, endémico de la isla; o del Cauquén marino, logo del Parque, que -además- sólo se lo encuentra en las Islas Malvinas.

@lasrutasdelflaco

Sobre el autor

Franco Barletta

La vida del viajero es tan increíble que para quien no la lleva es ficción. Pero en toda ficción hay biografía y son las experiencias las que nos demuestran que la realidad siempre, siempre la supera...
Las Rutas del Flaco.