«Tal vez parece que me pierdo en el camino, Pero me guía la intuición. No trates de persuadirme, Las cosas brillantes siempre salen de repente, Y es tan mágico». Magia – Gustavo Cerati
Desde la cima del Obelisco. Yo subí
MÁGICA Y ALUCINANTE. Dos palabras que resumen la experiencia a la que tuve el privilegio de acceder. Y la hazaña no sólo merece ser compartida porque es un lugar vedado para muchos, sino por la proeza de vencer el vértigo que, casi siempre, me deja afuera de aventuras inmensas. Esta vez, con mi mejor armadura, le hice frente y avisé: “no trates de persuadirme”. Y lo logré. Llegué a la cima, recuperé el aliento, y pude desearle un feliz cumpleaños al Obelisco.
Miles de personas a diario se toman una foto frente a un exacto moldeado en césped de “BA”. Y es que el centinela de esas letras es nada menos que el Obelisco, un símbolo de la idiosincrasia porteña al que todos queremos para nuestros festejos y – hay que decirlo – que también aparece en nuestros desmanes sociales . Todo sucede a sus pies. Y alardeamos de él en la misma lista en la que juegan el dulce de leche, Messi, el Papa y Maradona. Lo miramos, nos persignamos y le rendimos culto como si fuese un Dios argento con el que nos regodeamos por el mundo.
El Obelisco cumplió 81 años y la Ciudad invitó, como el año pasado, a los vecinos y a otros privilegiados para que lo recorrieran y descubrieran por dentro. Más de 20 mil personas se anotaron a través de Participación Ciudadana y la suerte estuve del lado de apenas unos 81 afortunados. Vestido para la ocasión, el emblema porteño lució ese día cintas con los colores patrios y globos en la cima. Fue una extensa jornada que organizó por turnos el ascenso desde temprano y hasta las 20hs.
Una puerta y 206 peldaños de una escalera de obra me separaron de los 67.5 metros de altura con los que se alza el ícono de la ciudad. La impecable organización hace que ningún detalle quede librado al azar. Un equipo te recibe para explicarte todo lo que tenés que saber, incluyendo la presencia de un escribano con el que dejás por escrito que la motivación es propia y la ansiedad también.
Luego, el momento de calzarte el traje que será tu aliado en la proeza. Casco, guantes, arnes y un mosquete que unirá tu vida a una cuerda que manejará un buen samaritano de Defensa Civil. Y aquí me detengo para destacar su tarea pues, ya sea por el aliento o por la precisión de su trabajo, sin ellos no hubiera sido posible lograr la tranquilidad de la experiencia. Así que un pedacito de cima, se los debo a ellos.
Con el equipo listo y acomodado, empieza la hazaña. Siete ascensos de casi 30 peldaños por tramo sobre una escalera de hierro. Y repitiendo la recomendación más preciada: no mires para abajo; no vayas más rápido de lo que tensa la cuerda. Así voy subiendo con el sudor en ascenso. Inspiro. Expiro. Miro hacia el frente, hacia la nada, con el “yo puedo” en la mente. El tiempo no importa. Vale más el premio. Y mi cuerpo que empezó recién a acomodarse luego del segundo ascenso. La confianza le estaba torciendo la mano al vértigo.
“Esta última parte la tenés que hacer derecho; ya no hay descanso ni cambio de cuerda”, me anticipó el guardián de Defensa Civil. Ahí vamos, dije. Y una bocanada de aire le marcó el ritmo a mis piernas para poder llegar hasta el cielo. Allí me esperaba la punta del Obelisco para celebrar desde lo alto un nuevo aniversario. Entonces me olvidé de todo. Ya habría tiempo de pensar en la bajada. Era momento de disfrutar la vista de esas cuatro ventanas que retratan postales divinas de una ciudad tan intensa como Buenos Aires.
El descenso fue un poco menos inquietante. Ya había disfrutado y me había emocionado. Todas las sensaciones mezcladas pero fue tan mágico que volvería a desafiar a ese vértigo traicionero al que, por suerte, vencí. Feliz Cumpleaños Obelisco. Gracias por invitarme a tu fiesta.
+ Info www.buenosaires.gob.ar