Curazao es uno de los países autónomos más jóvenes del mundo: el 10 de octubre cumplió apenas 4 años de cuando logró la autonomía de lo que había sido, hasta ese momento, las Antillas Holandesas. Está en pleno Mar Caribe, pero tiene sus peculiaridades que la alejan de la típica oferta de sólo playa y all-inclusive: una rica arquitectura, historia en cada una de sus paredes, gastronomía producto de la peculiar fusión entre lo local y lo holandés.
La capital es Willemstaad. Un pequeño poblado con dos barrios dividios por el Queen Emma, un puente larguísimo y móvil que suele cruzarse de a pie, pero que cuenta con un servicio de ferries alternativo y gratuito para cada vez que algún barco motiva su apertura. De un lado, Otrobanda, que no ofrece mucho más que la posibilidad de sacar la foto más característica de Curazao: el perfil de todas las casitas de estilo holandés, angostas, de dos o tres pisos, con techo a dos aguas, cada una pintada de un color diferente. Quienes disfruten de las compras masivas, no pueden perderse la colorida calle Breedestraat. Sobre el extremo, el Fuerte Rif, construido en 1828 con piedras de coral, con el objetivo de proteger la Bahía de Santa Ana, acceso a la ciudad por agua, de los afanes imperialistas. Por lo que puede verse hoy, no pudo cuidar el lugar del avance del consumismo: es un centro comercial.
Del otro lado, Punda. Aquí todo se vuelve un poco más bonito. Construcciones en las que predomina un color amarillo ocre que marca la identidad del lugar, antiguos negocios comerciales con letreros que destacan cuán viejos son (como la perfumería Penha, de 1708, o la joyería Casa Amarilla, de 1887), una buena cantidad de bares con mesitas afuera sobre la Heerenstrase y callecitas muy caminables.
El recorrido incluye algunos sitios indispensables. Como el mercado flotante: un puerto de frutos ubicado en el borde del agua, en el que cada puesto está escoltado por un barquito, propiedad del puestero, medio de transporte para llevar y traer la mercadería. O como la Plasa Bieu, el mercado antiguo. Es una casa de madera, trabajada como si fuese un triage, verde y amarilla, que hoy alberga un comedor con varios puestos diferentes, ideal para degustar la verdadera cocina local. Son mesas largas en las que se comparte asiento con quien toque y en las que se puede probar el keshi yená (carne picada, castañas de cajú, verduritas salteadas, aceitunas y queso) o alguno de los tantos pescados que, antes de morder el anzuelo, nadaban por los alrededores.
En la esquina de Columbustraat y Hanchi Snoa, en el centro, se erige el Museo Judío, dentro de lo que es la sinagoga en funcionamiento continuo más antigua del mundo. A la salida, nada mejor que llegar hasta la esquina y tomár un jugo natural en Café Las Palmas, en el marco de un ambiente muy tropical, con exceso de colores y hamacas paraguayas. Al igual que en el margen de Otrobanda, aquí también hay un fuerte: el Fort Amsterdam, construido en 1635 y pensado particularmente para proteger la ciudad de piratas y corsarios. Se conserva en muy buen estado y consta de varios edificios gubernamentales que rodean a un patio central con piso de adoquines. Allí funcionan el Palacio del Gobernador y el Consejo de Ministros (erigido como Secretaría General en 1857), además de una iglesia protestante.
También hay playas
La oferta de playas es monótonamente perfecta: la arena siempre es blanca y el mar siempre es turquesa y está a la temperatura justa. Quien tenga la constancia y la energía de levantarse muy temprano, lo suficiente como para ser el primero en entrar en el agua, se llevará de premio la experiencia de ver miles de peces de diferentes especies nadándole alrededor.
Algunas propuestas que sobresalen del promedio, como el bote del Capitán Goodlife, que sale de la Boca Santa Cruz (un excelente divisadero de pájaros, dicho sea de paso), cerca de Willemstaad, y permite ir a playas a las que no se puede acceder por ningún otro medio de locomoción, como la Playa Negra o la Playa del Amor. No son más paradisíacas que las transitadas por miles de turistas, no podrían serlo, pero al menos están desiertas. Playa Forti tiene un mirador para sentarse a visualizar la vida cotidiana de un pueblo de pescadores, mientras que Jeremi ofrece una caverna con vista al agua desde donde se aprecia un atardecer artístico y Cabana Beach está infestada de árboles de grey fig, un higo pequeño y extremadamente dulce, al alcance de la mano. Como es de esperar, si bien en belleza natural todas se empardan, las playas operadas por hoteles están en mucho mejor estado que las públicas y tienen mejores servicios, en particular en lo que hace a disponibilidad de elementos para la práctica de deportes y actividades que permitan aprovechar al máximo ese mar: snorkel, paseos en velero, trampolines de salto en el medio del mar, kayak…
Además de todos estos tesoros que están en la superficie, muchos otros se ocultan debajo del agua. Paraíso del buceo, se ofrecen clases y paseos en todos y en cada uno de los rincones de la isla. De acuerdo al sitio donde se decida practicar, se visualizará desde naufragios hasta barracudas, desde corales exóticos hasta restos de un avión. Los recomendados por los lugareños son Basora, por la variedad de especies que andan por allí, y Piedra Sombre, hogar de hipocampos. Los expertos deben pasar sí o sí por Black Rock.
Quienes necesiten descansar del mar, tienen opciones como las cada vez más numerosas landhuis (antiguas plantaciones que se están adecuando para el turismo), el imponente acuario o la granja de avestruces (www.ostrichfarm.net, entrada de 15 dólares), donde se puede ver todo el proceso de crianza y, si uno no se encariñó demasiado, almorzarlas. Durante muchos años, la principal fuente de ingresos de Curaçao fue el comercio de esclavos. En la isla quedan también vestigios de esta actividad, como el parque nacional Den Dunki, en Zuurzak, campo en el que se apostaba a la recuperación física de la mano de obra luego de las largas travesías que emprendían desde África.
Un detalle: las mujeres se dirigen a los desconocidos todo el tiempo como “mi amor” o “mi corazón”, lo que convierte a Curazao en el sitio ideal para hombres con problemas de autoestima.