Buenos Aires tiene un encanto especial para los locales y para sus visitantes. Sus calles y avenidas encierran historias del ADN porteño. Pero sucede que muchas veces emplazamos los ojos en el suelo y nos olvidamos de mirar para arriba. Esa es la premisa para iniciar este recorrido.
Como no queríamos perder detalles y anécdotas, hicimos el circuito de la mano de una de las tantas propuestas gratuitas que ofrece el Gobierno de la Ciudad para disfrutar de Buenos Aires y convertirnos en un turista más.
La cita fue un domingo al mediodía, cuando la furia de la ciudad se esconde para dar paso a la sorpresa de una arteria despejada. Avanzamos desde el sur, en la esquina de Avenida De Mayo y Bolívar donde se encuentra el Cabildo, hacia el norte con el Congreso de la Nación como custodia.
La historia dirá que esta pintoresca Avenida se inauguró oficialmente en 1894, adornada por majestuosas construcciones edilicias de clara influencia europea. En su centenario fue declarada como lugar histórico nacional, razón por la cual no se pueden alterar sus fachadas ni colocar determinadas marquesinas sin aprobación.
Por debajo circula la línea A de subterráneo, la primera de la ciudad, que actualmente une Plaza de Mayo con la estación San Pedrito (en el barrio de Flores). Y es por ello que muchos edificios de esta traza conectan con alguna de sus estaciones.
La mayoría funcionaron como lujosos hoteles y confiterías elegantes donde transcurría la vida social de la alta sociedad porteña. Otros fueron residencia de organismos institucionales. Hoy algunos se conservan, aunque no con la misma finalidad de su creación, pero afloran como refugio de oficinas en alquiler o locales de distintos rubros.
Casi como un museo arquitectónico a cielo abierto, es el estilo Art Nouveau el que se impondrá en la mayoría de las construcciones, característico por ondular las formas y los herrajes curvos. Otra particularidad es que muchos de los edificios aún conservan los pasajes que conectaban a la Avenida de Mayo con sus calles paralelas.
Nuestra primera parada fue para admirar el edificio “La Prensa”, sede del antiguo diario fundado por José Camilo Paz y donde hoy funciona la Casa de la Cultura. Con los ojos puestos en su cúpula vislumbramos erguida a Atenea, diosa griega de la sabiduría, y un reloj escoltado por un águila que simbolizaba el ideal del conservador diario, el del “periodismo que todo lo ve”. Al lado, y hacia la esquina nos encontramos con la antigua tienda Gath y Chávez que en su planta baja alberga desde entonces a la confitería London City, con destacados y usuales visitantes entre los que se destacaba Julio Cortázar. El dato particular: es la única cuadra que conserva su estado y distribución original.
El paseo nos condujo hacia el Gran Café Tortoni -el más antiguo de Buenos Aires- fundado en 1858. Vio desfilar a importantes figuras de la política, del ambiente literario y musical tanto local como internacional. Además de la confitería propiamente dicha, en su interior los salones invitan a disfrutar distintos espectáculos. Perderse entre sus columnas y diseño interior es una hermosa experiencia. Y tentarse con el mejor chocolate con churros, es casi una obligación moral que tu paladar agradecerá.
Avanzamos sin alejar la vista de los ornamentados balcones de casi todas las cuadras. Del otro lado, cruzando la Avenida 9 de Julio, nos aguardaba la fachada del Hotel Castelar. Fue inaugurado en 1929. Diseñado por Mario Palanti, el mismo arquitecto que nos deslumbrará más adelante con el Palacio Barolo. Mármoles italianos, lámparas de bronces y un lujo puesto al servicio y el placer de cada huésped, incluyendo un spa que originariamente admitía sólo caballeros. No te sorprendas si al pasar por la Avenida Rivadavia un aroma a eucaliptos invade tus sentidos, pues proviene justamente de los baños turcos ubicados en el subsuelo del hotel.
Seguimos camino. Detenemos nuestro andar allí donde Avenida de Mayo converge con la calle Santiago del Estero. Dos construcciones nos sorprenden gratamente. Una pertenece al viejo Hotel Majestic (hoy, una de las dependencias de la Afip). La otra corresponde al antiguo Hotel Chile. Recuerdos de esplendorosos hospedajes convertidos oficinas. Sus fachadas tienen una historia que los balcones no saben disimular.
En la esquina siguiente, justo frente al mítico y notable Bar Iberia, hacemos un alto en el antiguo Hotel Paris. Y como si estuviésemos en Grecia, dos “cariátides” (una suerte de doncellas esculpidas con función de columna o sostén) nos invitan desde su balcón a seguir descubriendo los rincones de nuestra ciudad.
Y al 1300 de la peculiar Avenida se alza el magnífico Palacio Barolo. Con más de 93 años es uno de los edificios más emblemáticos de Buenos Aires. Una obra arquitectónica del italiano Mario Palanti. Imponente, de una simbología extraordinaria que, según el mito, remite a la Divina Comedia de Dante Alighieri y también a la Masonería. Tiene 100 metros de altura y en su cúpula cobija un faro donde se aprecia su vista en 360 grados. A veces se ilumina para seguir orientando historias con el horizonte en el Río de La Plata. Descubrir qué encierra su “Infierno”, qué oculta su “Purgatorio” y qué te espera en el “Paraíso”, será motivo de otra visita.
La naciente de la Plaza del Congreso indicó el final de este recorrido. Nos quedamos con la idea de lo ciego que somos por vivir apurados. Y aunque suele ser conveniente mirar por donde pisamos, sostener la vista anclada en el cielo te puede deparar muchas sorpresas.