Fotos: Daniel Wagner
COLONIA CARLOS PELLEGRINI, CORRIENTES.– La primera vez que tuve la suerte de llegar a la laguna Iberá, me recibió un cielo plomizo que poco tardó en descargar sobre nosotros el agua que contenía. Sin posibilidades de salir a recorrer los alrededores por la intensa lluvia, me puse a leer las bitácoras que habían dejado escritas los turistas que pasaron por la posada, en el libro de huéspedes. Sus comentarios eran más que elogiosos, hablaban no sólo de lo que habían descubierto en estos esteros, sino de su enriquecimiento personal al compartir su tiempo con la naturaleza y los habitantes del lugar. Luego de un par de páginas me di cuenta que el ruido de la lluvia había cesado. Dirigí la mirada hacia el ventanal que hacía un rato estaba completamente gris y pude observar como el sol comenzaba a iluminar el verde intenso de los esteros. Así, empezaban a mostrarse como si fuera el comienzo de un gran espectáculo.
Preparé mi equipo de fotografía y alisté mi kayak, confiando en que me iba a permitir un acercamiento silencioso a la fauna del lugar, no sólo para retratar a los animales sino también para observar sus conductas. Comencé a remar sobre un espejo de aguas calmas. A mi paso, un sembradío de amapolas de agua coloreaba la laguna meciéndose sobre su superficie.
A primera vista, los Esteros del Iberá parecen solo una línea desprolija y delgada de juncos y embalsados que separan el azul plomizo del cielo de las aguas brillantes, que a cierta hora de la tarde, reflejan como espejo las nubes y la puesta del sol. Sin embargo a medida que uno se acerca a sus islas flotantes y se interna en sus canales comienza a descubrir toda su exuberancia. En el extenso humedal habitan ciervos de los pantanos, el venado de las pampas, corzuelas, dos especies de yacaré, monos carayá, carpinchos, el aguará guazú y el lobito de río, entre muchos otros. Como si esto no fuera suficiente, este paraíso es el hogar de más de 350 especies de aves que conviven en los esteros construyendo sus nidos, alimentándose y formando parte de uno de los biomas con mayor biodiversidad de la Argentina.
Entre los primeros juncos, apareció nuestro primer anfitrión. Un federal con su característico canto melancólico, ostentaba su extenso capuchón anaranjado rojizo que le cubre hasta el pecho y que lo hacía destacar del verde amarillento de los juncos mientras saltaba de una varilla a otra. Más adelante, oculto entre la vegetación y completamente inmóvil, confiando en la efectividad de su camuflaje, un pichón de Ocó colorado me sorprendió con su extraña apariencia que le daban sus plumas encrespadas y sus saltones ojos anaranjados. No había avanzado mucho cuando avisté sobre una delgada capa de hojas que flotaban sobre la superficie, una jacana que cuidaba su nido desplegando sus alas.
Un par de remadas más y aprovechando el desplazamiento silencioso de los kayaks, quedé debajo de unas ramas donde un Martín pescador, que nos ignoraba completamente, observaba atento la superficie de la laguna. De repente se arrojó sobre el agua penetrando casi sin dejar rastro y emergió con un pequeño pez en su pico.
A esta altura del recorrido, era evidente que estaba en un lugar privilegiado para las aves. El espectáculo era impresionante y la perspectiva que me brindaba el kayak, casi al ras del agua, le agregaba más dramatismo al avistaje. En el transcurso de una tarde agradable pude observar una gran cantidad de aves alimentándose, construyendo sus nidos, cortejándose y llenando el cielo con sus vuelos característicos. Mientras regresaba al muelle pude comprender plenamente los comentarios de los turistas en las bitácoras. Los esteros se muestran humildes ante una primera mirada y exuberantes para quienes se aventuran a conocerlos.
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