Le aseguro a mi compañera Mirian que nos vamos a reencontrar, que es solamente unos días, pero que mi trabajo, como la vida que elegí, me invita a la inquietud, al salto continuo de ciudad en ciudad y en este caso puntual me llama hacia Puerto Deseado. Quiero que venga, pero las posibilidades laborales para ella están, al menos un tiempo más, en Comodoro Rivadavia.
Asiente con la cabeza y sonríe de una forma que deja entrever su falta de fé en ese reencuentro. “A éste no lo veo más”, debe pensar. Después de todo, el nomadismo es un punto y párrafo aparte constante, inicio de capítulos nuevos.
El caso es que Parques Nacionales contactó a la Municipalidad de Puerto Deseado y a través de uno de los prestadores turísticos consiguieron arreglar una invitación para embarcarme a la Isla Pingüino, nueva Área Natural Protegida a nivel Interjurisdiccional y único punto en el que el extravagante Pingüino de Penacho Amarillo toca el continente.
Con la entrada a dedo a Santa Cruz empieza el show del viento. Sólo dos pequeñas ventanas para saltar a la mar nos deja el clima según el calendario. “El viernes parece que podemos, sino es la otra semana. Mejor estate acá”, me advierte la Secretaria de Turismo. Entonces, estoy.
Isla Pingüino
El albergue juvenil municipal me recibe para los dos días que estaré y aprovecho la tarde para recorrer el puerto, la ría y charlar con las distintas agencias. Como en Puerto Madryn, embarcarse para hacer avistajes tiene un costo de aproximadamente $2500 por persona. Nada mal.
Mi atención está enfocada en el Pingüino de Penacho Amarillo. El salta-rocas que nada por el océano apareciéndose de vez en cuando en alguna isla del Atlántico, rondando los bastos espacios entre Antártida y Australia o al Oeste de nuestra Patagonia, pero nunca en ninguna isla tan cercana al continente como en ésta.
Día inmejorable. Salvavidas colocado. A la distancia, en pocos minutos ya se observa el pedacito de tierra en elevación. Cientos de lobos marinos llegan al encuentro de nuestra lancha. La colonia más grande que jamás vi. Completamente entremezclado con ella. Un hombre en kayak aparece cumpliendo un sueño único. Los lobos se le acercan amigables, lo rodean, nadan junto a él. Aquellos que están en la orilla se sumergen y se suman. Una escena que jamás podré olvidar. A medida que nosotros nos acercamos, comenzamos a experimentar algo similar. La lancha avanza lentamente entre islotes rocosos, torretas desde donde el resto de la colonia nos observa como esperando el momento justo para cantar cual sirenas y atraernos. ¡Pero ya estamos encantados!
“En estas rocas, cada macho es rey y tiene su harén”, nos dice nuestro guía y vemos el momento en el que una hembra quiere zambullirse al agua y es impedida a mordiscazos por uno de mucho mayor porte.
Tocamos tierra. Un camino marcado naturalmente, como de hormigas, va en dirección a un faro. A los lados, algunos cadáveres de pingüinos de Magallanes y un poco más lejos uno más grande de lobo marino. Estamos en el medio del ciclo de la vida y las batallas, la selección natural.
Una hilera de pingüinitos cruza nuestro andar en dirección al agua. “¡Nos detenemos!”, da la orden el guía. Mantenemos distancia, cedemos el paso. Nada se toca. Nadie se acerca. No se sacan fotos a corta distancia. Respetamos su lugar, pedimos permiso para avanzar.
Aquella torre de 22 metros cuenta la historia de piratas, colonos, pesqueros, cazadores. Depósito de sales, carnes, guano. De ingleses, galeses, españoles, hombres sin gentilicios, aventureros, comerciantes. Desde su base se ve el mar en todas direcciones. La pequeñez de la isla me hace sentir en el mundo del Principito. Para los locales, es “La Galápagos Patagónica” y concuerdo.
Penacho Amarillo
Al otro lado del camino hay acantilados y entre ellos se encuentra el coqueto animal con sus rubias cejas. Nos sentamos entre las piedras. Compartimos unos mates. La vista, magnífica. Las rompientes, exultantes. Los pingüinos crestados absorbiendo toda la energía del sol y el mar.
Estos pequeños se alimentan, como el pueblo de Deseado, principalmente de mariscos. No superan el medio metro de altura. Sus ojos rojos, como el krill que consumen. Hoy se encuentran en estado de vulnerabilidad. Si bien mundialmente hay tres millones de parejas, en los últimos 30 años la población decreció un 25% y se debe principalmente a la pesca y la contaminación.
Puerto Deseado
En la Ciudad aislada de la Ruta Nacional 3 por 120 kilómetros de distancia, late la Trágica Patagonia Rebelde (1920-21) y la lucha obrera a través de un recorrido oficial por sus mayores hitos. “De cara a la Livertá”, también se convirtió en libro para narrar los sucesos.
El viejo ferrocarril tiene su pedestal en el centro, homenaje al Vagón Histórico. Cabecera de una línea férrea que pretendió unir la cordillera, desde Chile Chico y Los Antiguos, pasando por Perito Moreno y Las Heras, de meseta a estepa, por Pico Truncado y Jaramillo, hasta las costas de Deseado y su salida al Atlántico.
El Museo del Tren, Monumento Histórico Municipal, se encuentra en la Estación Terminal, donde puede realizarse un viaje en el tiempo, guiado por los extrabajadores ferroviarios. A pocos metros también se encuentra la antigua clínica, preservada tal cual.
En los alrededores, Puerto Deseado cuenta con la Reserva Natural de la Ría, donde tiene el punto más elevado con una hermosa vista panorámica. Trekings y expediciones a gusto. El Río Deseado desemboca en un cañadón, que es el bañado elegido por una enorme cantidad de especies de aves y, por supuesto, de los deseadenses.
Un sinfín de actividades me quedan por realizar en este lugar lleno de posibilidades y contenido. Un mensaje de Miri me pregunta cómo estoy. “Feliz”, le digo, “quiero compartirlo. ¿Nos encontramos?”. Y otra vez en un cruce de ruta, de a dos, agendamos una nueva visita al lugar Deseado en la Patagonia.
Las Rutas del Flaco
Nota anterior: El pingüino que odia el frío