La sorprendente mixtura de culturas explota en Granada tal como la fruta: con tantas pequeñas expresiones que, reunidas, crean el sabor y garbo que caracterizan a la ciudad. El Realejo es el barrio que concentraban a los judíos y al que los moros, al arribar a la región en el siglo VIII llamaron Garnata al-Yahud, Granada de los Judíos. Durante la ocupación árabe, la convivencia fue relativamente pacífica, pero a la llegada de los Reyes Católicos y con la expulsión de los judíos de la península, el espacio fue destruido y tomó el actual nombre.
Entre las muchas vistas que el barrio regala, el Campo de Príncipe que se sitúa sobre el antiguo cementerio musulmán, es hoy una plaza que se construyó en 1497 para celebrar la boda de Juan, el hijo de Isabel y Fernando después de casarse en Cantabria. En el centro se encuentra una estatua de jaspe y alabastro de Cristo de los Favores que se instaló en 1640. Casi cuatro décadas más tardes la peste destruyó casi por completo a las poblaciones, pero el Realejo fue el menos afectado, y se atribuó tal suerte a la estatua. Aún hoy, cada viernes santo, una multitud se apiña a las tres de la tarde para pedir tres deseos. Los atardeceres allí son imperdibles.
Callejeando por el Típico Barrio del Realejo o disfrutando de un inolvidable paseo por el bosque de la Alhambra apenas por unos diez minutos, se llega al más antiguo cinco estrellas de Europa.
El hotel del XIII
El primer día de 1910 el rey D. Alfonso XIII inauguró el Hotel Alhambra Palace. Obra del Duque de San Pedro de Galatino, aristócrata, político, empresario, y sobre todo gran visionario de su época, hace realidad uno de sus mejores sueños. Casi veinte mil turistas visitaban ya por entonces La Alhambra, y esta construcción supone el complemento perfecto para el incipiente turismo romántico de la época.
Anticipó ya entonces que el turismo sería una gran industria, y que sus grandes motores serían la Alhambra y Sierra Nevada. No se equivocó en absoluto. Además del Hotel Alhambra Palace, construyó el llamado Hotel del Duque en Sierra Nevada, al cual dotó de su propia central eléctrica, e, increíblemente, de un tranvía que llevaba a los clientes desde Granada hasta su hotel en las colinas.
Todo ello ideado, promovido y construido por el propio Duque con sus propios recursos. Participó además en política, siendo uno de los instauradores de la restauración de la monarquía en España, y hasta el fin de sus días participó en la vida empresarial e industrial de Granada, aportando, entre otras cosas, una empresa azucarera y mejoras para la gestión de los productos de la fértil vega de la ciudad. Y, con ese envión aventurero, construye por su propios medios el Alhambra Palace, que supone el primer edificio con estructura de hierro de Andalucía.
Fue casino y teatro-cinematógrafo, sitio en el que, por entonces, discurre la vida nocturna y lúdica de Granada, participando de ella personajes como Federico García-Lorca o Manuel de Fall.
En 1923 el Presidente del Gobierno y General Primo de Rivera prohíbe el juego, y el duque es obligado a cerrar el casino, principal fuente de ingresos de su negocio. El Hotel se mantiene hasta principios de los años 30, fecha en la que se llega a un acuerdo de alquiler con la CadenaHusa, especializada entonces en hoteles de lujo en España, gestionándolo durante casi 50 años.
Acabada la guerra civil, luego de un cierre obligado, el hotel reabre en 1942, y a partir de esa fecha vive su época más glamorosa, llegando a convertirse en un emblema internacional para el turismo de lujo, y dando lugar al mítico Alhambra Palace de hoy.
La vivacidad juvenil
Luego de una reciente reforma, la vanguardia ha tomado la joya histórica para acercarla a estos tiempos sin que pierda el valor que sus raíces soportan. Inspirado en la propia Alhambra, fiel representante de la tradición pero con ansias de colarse en el nuevo milenio, cultura, placer, elegancia y aristocracia conviven en este sitio pionero del turismo en Andalucía. Más de una centena de habitaciones miran hacia el exterior, cada una de ellas con un especial encanto. Inolvidables vistas a la romántica ciudad de Granada o a los rincones del bosque de La Alhambra, terrazas y miradores. Un grato contraste se logra en el estilo de inspiración contemporánea y minimalista: pisos de madera, baños de mármol y diseño de vanguardia, se contraponen a un triagge morisco tradicional.
Gracias a la sorprendente riqueza y variedad geográfica de la ciudad el restaurante panorámico permite ofrecer una gran diversidad de productos locales: pescados de Motril, hortalizas de la Vega, frutas del Valle de Lecrín, exóticos cultivos de la costa tropical, todo ello regado con los nuevos vinos de una industria enológica granadina en auge.
Sentirse de otro tiempo, vivir la vanguardia, admirar la geografía y la historia derramada sobre estas colinas, imaginar culturas y entreveer sus rastros… Granada es eso, una fruta para degustar de a poco y desde un sitio privilegiado, siempre sabe mejor.