Mi escape de Mar del Plata es por la Ruta 226 hacia el Oeste. Me levanto lo más temprano que el cuerpo me permite y me tomo el 717. Quiero salir del conglomerado para tener alguna posibilidad de ser levantado al hacer dedo. El colectivo gira después de unos largos minutos sobre la ruta y se desvía. Pregunto y ya no vuelve a retomar, así que decido bajarme.
Una comisaría y un puesto de control vial del otro lado del asfalto parecen hacerle compañía a una rotonda bastante grande. Nada más que compañía. Hay banderitas, conitos, una camioneta, pero sólo eso. Tanto es así que paso caminando a través de ellos sin que nadie me pare y me adentro en un bosque de pinos altísimos.
Un camino vivoreante, perfectamente conservado lleva a no sé dónde. Sube y parece que baja abruptamente más adelante, pero ese horizonte tapa lo que tiene atrás. El pasto verde fuerte, cortito a la banquina. Dos metros más adentro, lineas interminables de zarzamoras. ¿Quién no cede a la tentación de parar bajo la sombra a pintarse de violeta los labios y dedos?
Detrás mío queda el arco de entrada. Tallado en madera, el cartel indica: «Reserva Natural Laguna de Los Padres«. ¡Andá a frenarme, horizonte!
Cada tanto algún ciclista o vecino pasa corriendo. Haciendo ese sonido de respiración «perfecta» del deportista. «Sh.. fsu! Sh… fsu!» Eventualmente alguna camioneta, de alguno que va para algún club náutico, pasa también. Aunque no es nativo el bosque, reconozco que es hermoso. Al costado del camino, igualmente, puede verse y visitarse el Vivero Municipal. Es tan naif como bello imaginar que equilibra.
Tras la colina, que adelanta las sierras próximas, un pequeño prado cubierto de dientes de león hace de base al mirador de la laguna. La calle la bordea en su totalidad. La envuelve. Unos pajonales se asientan sobre la costa para refugiar junqueros y otras aves. Tengo conmigo mi equipo de mate y busco el árbol con el mejor tronco para respaldarme.
Una perrita pitbull aparece para hacerme compañía y se acuesta al lado mío. Nada más hice 14 kilómetros fuera de Mar del Plata, pero ya me siento en un ambiente completamente diferente. Tranquilo, campero. ¡Y me dejó el colectivo!
Hay buenos lugares para tirar la carpa, sin problema. Libremente. También hay campings organizados sobre la laguna y, en el pueblo, alquiler de cabañas y departamentos. Todo camino pavimentado. Estando tan cerca de la ciudad, es la escapada ideal. El aire ya es distinto.
Me regala, la laguna, la tarde entera. Me falta el libro para hacerla completa. Miro a la pitbull, con las patas completamente estiradas, acostada sobre el césped. No digo locuras: la perra sonríe con sus ojos cerrados. Veo el atardecer y la primera estrella que sale todavía compartiendo con luz de sol el cielo.
Me cuesta arrancar de nuevo a la 226 pero el camino de vuelta es el mismo y entonces me vuelvo a entusiasmar…
+info: Las Rutas del Flaco