Ya pasamos mitad de año y a muchos nos parece que el año ya está gastado. Sí, gastado como esa banda negra, la lija, que está al costado de la cajita de fósforos. Con cada fósforo, es más difícil lograr que haga chispa. Y cada día, nos cuesta más encendernos.
Encender un fósforo para dar fuego a una hornalla, además de ser un ritual bastante antiguo (los fósforos fueron descubiertos de casualidad por el químico inglés John Walker en 1827), es un acto que se hace de forma automática, de manera repetitiva, sin analizar muchos… como despertarse cada mañana.
Sin embargo, es incierto el destino de cada fósforo hasta que sale de la cajita. El resultado de ese chasquido contra la lija, esa fricción que desencadena una cuádruple reacción química y que finalmente nos otorga la llama. Puede servir para calentar el agua de un solitario mate cocido o transformarse en el fuego constante del horno que asa una carne para compartir en familia.
También es cierto que tuvimos fósforos y días con los que nos terminamos quemando. Y otros que se nos perdieron sin ni siquiera lograr una chispa. Dentro de la cajita, no sabemos muy bien por qué, guardamos fósforos ya usados ¿Serán como recuerdos, que quizá nos ayuden a contagiar la llama?
Lo bueno de cruzar la mitad de año es que del otro lado, como en la cajita, hay toda una lija nueva sin usar.