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Caballetes de cristal para mirar distinto

La leyenda cuenta que Lina Bo Bardi, cuando presentó su proyecto para el nuevo edificio del Museu de Arte de São Paulo (MASP), fue cuestionada por la radicalidad de su propuesta. ¿Cómo iba a sostener una estructura de 74 metros de largo sin columnas visibles? ¿Cómo se atrevía a imaginar un museo que no se apoyara en tierra firme, sino que flotara como una idea sin anclas, abierta al mundo? La arquitecta italo-brasileña respondió, sin alzar la voz, que el arte debía estar por encima de todo: de los autos, del ruido, de las calles, del poder. Y entonces lo hizo levitar.
Hoy, esa mole suspendida de concreto y vidrio sobre la Avenida Paulista se ha vuelto uno de los emblemas más potentes no solo de San Pablo, sino del arte latinoamericano. Desde su inauguración en 1968, el edificio diseñado por Bo Bardi no ha dejado de ser un manifiesto vivo. Su estructura transparente y brutalista, sin ornamentos, sin lujos, fue pensada como una declaración política: el arte debe ser accesible, debe estar al alcance de todos, debe respirar con la ciudad.
El MASP nació antes, en 1947, cuando el empresario Assis Chateaubriand —visionario y algo megalómano— decidió que Brasil debía tener su primer museo moderno. Lo convenció el crítico y marchante italiano Pietro Maria Bardi, que fue su director durante más de cuatro décadas y quien ayudó a formar una de las colecciones más notables del hemisferio sur. En sus inicios, el museo estaba ubicado en la Rua 7 de Abril, en el centro. Pero la visión de futuro empujó su traslado a la vibrante Paulista, donde la arquitectura se volvió parte de la colección.
Uno de los gestos más revolucionarios de Bo Bardi fue prescindir de los muros interiores y presentar las obras en caballetes de vidrio, sostenidos por bases de hormigón. De este modo, el espectador podía caminar entre los cuadros como si estos flotaran en el aire, sin un recorrido impuesto, sin una jerarquía dictada por la arquitectura. La obra y el visitante se encontraban en libertad, como si el museo respirara junto con ellos.
Ese espíritu de ruptura ha sobrevivido al paso del tiempo. Hoy el MASP reúne más de 11.000 piezas que incluyen pintura, escultura, fotografía, vestimenta y objetos de culturas tan diversas como Europa, África, Asia y América. Y, aunque su colección de arte europeo sigue siendo su joya más antigua —con obras de Rafael, Goya, Rembrandt, Velázquez, Van Gogh y Matisse—, el foco se ha desplazado hacia una mirada más amplia, crítica e inclusiva.
Desde 2014, bajo la dirección artística de Adriano Pedrosa, el museo ha desplegado una serie de exposiciones bajo el concepto de “Historias”. No una historia única, lineal y oficial, sino muchas, fragmentadas, polifónicas, aún en construcción. Historias de la infancia, del sexo, de la mujer, del Brasil, de lo afroatlántico, de lo queer, de los pueblos originarios… Cada una de estas muestras se convierte en una nueva capa del relato latinoamericano, una forma de devolverle la palabra a los silenciados.
En 2018, la muestra Historias afroatlánticas fue elegida por el New York Times como la mejor exposición del año y actualmente recorre museos de Estados Unidos. En 2025, la curaduría gira en torno a Historias de la ecología: un recorrido por la crisis climática, las tensiones entre naturaleza y progreso, y las formas en que el arte puede traducir ese conflicto invisible.
Pero el MASP no es solo un museo de exposiciones. Es también una escuela, un laboratorio, una plaza. Su equipo de mediación organiza cursos, conferencias, becas para docentes, talleres y publicaciones que amplían el diálogo entre arte y sociedad. En sus aulas y auditorios, los públicos se multiplican. Y en sus catálogos, las historias siguen escribiéndose.
El edificio original, con su icónica rampa roja que conecta los subsuelos, se ha visto ampliado recientemente. En 2024, el museo sumó un nuevo edificio contiguo —de 14 pisos— que incorporó salas de exhibición, aulas, un restaurante, una tienda y un laboratorio de restauración. Ambos espacios estarán unidos por un túnel subterráneo en los próximos meses, duplicando la superficie del museo y proyectándolo hacia una nueva etapa.
Y mientras tanto, la terraza del vão livre —el espacio libre bajo la estructura suspendida— sigue cumpliendo su función original: la de ser una plaza pública, abierta a ferias, performances, encuentros espontáneos y protestas. Porque en el MASP, el arte nunca está encerrado entre paredes. Está, más bien, en estado de suspensión. Listo para caer sobre la ciudad como una revelación.
Hay algo profundamente brasileño —y profundamente universal— en esta manera de concebir un museo. En la apuesta por la transparencia y la mezcla. En la voluntad de no olvidar a nadie. En el gesto arquitectónico que desobedece la gravedad para elevar el arte a la altura de las ideas. Por eso, quizás, caminar por el MASP se siente siempre como la primera vez. Como entrar a un lugar que aún se está inventando. Como abrir una historia que todavía no terminó de contarse.

Texto: Flavia Tomaello.