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Test drive: Mercedes Benz Clase C250

No importa cuánto acelera, qué potencia tiene o el espacio de baúl. Sólo hay que permitirse disfrutar de manejar

No van a encontrar en esta columna datos sobre la aceleración, potencia o metros cúbicos de baúl, o comparaciones con la competencia. Sencillamente nos permitimos manejar y pensar quién más puede compartir de ese gusto; qué tipo de usuarios se sentiría cómodo con cada vehículo y sobre todo qué sensaciones transmite estar al volante.

Mercedes Benz ha sido siempre una marca aspiracional, pero hace pocos años con el boom de ventas -lamentablemente ya no por el impuestazo-, sin dejar de tener cierta exclusividad, empezó a ser más común ver la estrella rodar por las calles de Buenos Aires. Y esto también tiene que ver con cómo la marca amplió su portfolio con modelos para los distintos gustos de conducción y estilos de vida.

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Sin embargo, mantiene algo: un espíritu de superación. Subirse a un Mercedes es una experiencia completa. Hay algo que va más allá de los gadgets de confort, los múltiples dispositivos de seguridad activa y un andar perfecto. El conjunto hace que uno verdaderamente disfrute de manejar. Y pese a que se podría creer que uno se podría “agrandar” por conducir ese auto que todos desean, la experiencia de estar detrás del volante del nuevo Clase C 250 fue poco histriónica. Es cierto que uno lo estaciona y hay miradas que quedan clavadas analizándolo o imaginando su potencia.

Se trata de un coche jovial, con un espíritu deportivo, pese a ser un sedán de 4 puertas. Los invito a leer las críticas de colegas -dudo que encuentren negativas, excepto por el precio al que la economía argentina obliga a comercializar a estos coches de altísima gama-. Lo que yo destacaré, además del confort total para encontrar la posición de manejo, es lo amigable que es el nuevo comando tipo pad de notebook donde uno puede dibujar con el dedo cada letra para escribir las direcciones para el GPS o los contactos de la agenda telefónica. Es claro que la industria automotriz entendió que la interacción debe ser lo más sencilla e intuitiva, porque lamentablemente vamos a seguir llamando por teléfono, marcando un nuevo destino en el semáforo, o entreteniéndonos programando la próxima canción. En tanto, los sistemas de seguridad, como el ESP, hacen que el auto nos corrija errores o incluso nos alerten cuando estamos fatigados (o distraídos con el teléfono). Aquí es cuando un auto deja de ser un vehículo para ser un compañero en la conducción y uno tan solo disfruta de lo hermoso que es manejar y comprende aquello del slogan de que “lo mejor no conoce alternativas”.