En un curso de manejo poco se espera de que a uno le hablen de las leyes de la Física, pero de eso se trata manejar: controlar el equilibrio del auto en movimiento para que vaya para donde nosotros querramos. Una simple botella recostada con la mitad de agua basta para comprender que al aplicar el freno en una curva «el peso del auto», o sea el agua dentro de la botella, se va hacia adelante dejando más liviana y libre la parte de atrás, es decir con la posibilidad de que las ruedas traseras sufran un sobreviraje: que el auto va a colear e incluso hacer un trompo, sin importar hacia dónde nosotros giremos el volante porque la Física ya se apoderó del control del vehículo. De la misma manera, pero a la inversa, si entramos a una curva acelerando, «el peso del auto» (el agua dentro de la botella) irá hacia atrás, levantando la trompa, perdiendo las ruedas delanteras contacto con el asfalto y, nuevamente, aunque giremos el volante, el coche seguirá su trayectoria en línea recta.
Entender la estrecha relación que hay entre velocidad, tiempo y distancia nos va a permitir evitar colisiones. Lo cierto es que sería más útil que los velocímetros viniesen en metros por segundo (m/s), de manera de hacernos a la idea de que cada segundo que desatendemos al manejo (ver quién llama al teléfono, una conversación, cambiar la radio, una pitada) estamos avanzando la cantidad de metros que indica la aguja. Por ejemplo, 40 km/h sería 11,2 m/s; a 60 km/h avanzamos 16,8 m/s; y a 120 km/h, por cada segundo que demoramos en tomar una decisión recorremos 33,6 metros. La habilidad del conductor se trata del menor tiempo en que demora en decidir qué hacer, y en hacerlo de manera precisa para que la Física maneje a su favor.