No es que las madres nos consideremos infalibles. Es que a veces nos cuesta ponernos en el lugar de un papá que viaja solo con su hija. ¿Cómo se las va a arreglar?, pensamos. No es levantar un manifiesto feminista, sino imaginar las variables de unos días compartidos en los que el primer escollo puede surgir con el cotidiano pedido de “papá, ¿me acompañás al baño?”.
De la instancia que nos olvidamos cuando tomamos esa postura es de los papás solteros o separados que también quieren vacaciones con sus hijas. Cuando un amigo me contó que planeaba un crucero por las costas de Brasil para dos –él y su hija Agus, de 7 años-, la incógnita se acrecentó. Lo que sonaba a plan idílico podía convertirse en un pequeño caos. Pero la respuesta al tocar tierra, de regreso de la experiencia, se evidenciaba en las fotos con sonrisas amplias.
El combo del crucero desterró cualquier prejuicio. Era el lugar ideal para que padre e hija se disfrutaran sin complicaciones. Los secretos del éxito se basaron en la contención que ofrecía el plan: un lugar donde todos comenzaban a familiarizarse al rato de haber embarcado, un espacio compartido sin peligros y con cientos de actividades prefijadas cada noche para el día siguiente y un kids club, refugio de los más chicos, que aseguraba horas de diversión y descanso para los grandes.
Los baños family, la flexibilidad del servicio a bordo para configurar las habitaciones, la diversidad de comidas y la contratación de excursiones compartidas con otras familias con niños en cada puerto colmaron las expectativas del dúo. El viaje les permitió ampliar las fronteras de su inseparable vínculo. Digno de recomendar.