El destino es deseado por muchos y temido por tantos otros. Representa un punto final de un recorrido y, paradójicamente, en cambio, El Destino representa una partida.
Los privados en la mesa de preservación.
La Estancia El Destino es la primera Reserva Natural Privada que visito en mi camino de 20 mil kilómetros por Argentina. Pero más allá de ser significativa por la ironía, tiene un carisma especial: pone en tensión lo que es de todos y lo que es de pocos.
Mientras mi dedo gordo apunta al sur sobre Ruta 11 en La Plata, a pocas horas de haber pasado Navidad, pienso en las construcciones inglesas o los delicados jardines franceses que me esperan allá. Nada más alejado de los paisajes inconmensurables que tendré por delante. Algo así como una casa quinta con Guardaparques.
En la ruta me levanta en menos de diez minutos Leandro. Un muchacho de 27 años que trabaja en una gomería en Magdalena. Por supuesto que conoce esa reserva de su localidad. Pero me advierte que, además de ser una ruta de tierra, circulan pocos vehículos. No pensé que tuviera ese problema a tan poca distancia de Buenos Aires.
He soportado largas horas de nada, a la vera del camino antes, y sé que tocarán más adelante también. Otra jugada del destino: ¡Por delante mío pasan los Guardaparques en su camioneta y siguen de largo!
Juan Carlos, que trabaja en la planta energética de Magdalena y me lleva hasta allá, me dirá que mi cartelito improvisado era ilegible y, como después me lo reconfirmarán, ningún Guardaparques se detendría con el coche oficial a levantar a alguien que no conoce. A lo dicho por Leandro, agrega que trate de poner bien visible mi mochila porque pueden confundirme con visita del servicio penitenciario que está a algunas cuadras.
En realidad, Magdalena utiliza energía de La Plata. Así me cuenta Esteban, que en poco tiempo de espera me lleva hasta Curva Grande. Ahí hay un poste de luz caído que tiene que arreglar y ya son sólo 5 kilómetros hasta El Destino, en linea recta hacia la costa. Pienso caminarlos y, por primera vez, me incitan a hacerlo.
El paisaje es hermoso, aunque campestre y poco arbolado. Siento la tierra y las piedritas crujir bajo mis pies a cada paso pesado. La mochila viene bastante cargada y el intenso sol me obliga a parar a tomar agua, refugiado entre unas cañas.
Al tercer sorbo de mi botellita se detiene una camioneta envuelta en una nube de humo gris y tierra. La ventanilla baja lentamente y una figura humanoide, blanca, con casco y visor me mira fijo. Del otro lado, otra igual baja y me hace señas de acercarme. Finalmente la tierra se disipa y la espectacularidad de la escena alienigena se reduce a dos simpáticos muchachos apicultores. «¿Te bancás ir con las abejas en la caja?». Solamente me quedan dos kilómetros, pero… ¡obvio!
Después de agradecerle al «Pzimóvil» me encuentro ante una gran tranquera que anuncia mi llegada a El Destino. Una cabaña custodia la entrada y es vivienda de alguno de los tantos primos, dueños de las tierras. Jorge aparece entre dos casillas de gallineros y me indica que busque al fondo a Ricardo Cañete, Guardaparque encargado del área.
Riqui se encontraba en plena refacción y construcción de senderos educativos e interpretativos junto a Guillermo y Juan, que lo acompañan en las tareas diarias. Aunque después haríamos el recorrido, el encuentro es a mitad de camino rumbo a su base.
Me subo nuevamente a la caja de una camioneta en la que estaba sentado Guille, en cuero por el calor del trabajo. A través de sus lentes mira con ojos brillosos el cielo y sonríe, baja la vista al camino, me mira a mí, ensancha aún más la sonrisa y vuelve a subir la vista. Una alegría contenida busca la forma justa para expresarse y ese tono agudo que sale sin querer cuando uno se emociona hasta las lágrimas levanta la bandera: «Recuperamos un ombú. ¿Sabés lo que nos costó?», lo primero que dice y mi primer prejuicio derrumbado. No me encuentro con otro tipo de Guardaparques por estar en una Reserva Privada. Ese amor por lo que hacen, y nunca mejor dicho, se vive a flor de piel.
Mientras Juan prepara unos fideos para los cuatro, me siento a charlar con Ricardo. Mi intensión es pasar rápidamente por las cuestiones técnicas, no me interesa demasiado lo que puedo encontrar en Wikipedia. Pero ya me acostumbré a entender que en cada sentada que tenga con Guardaparques será necesario reafirmar definiciones y funciones.
«La Ley 10.907 habla del qué y la Ley 8755 habla del cómo», probablemente lo lleve tatuado al final de mi viaje. Aunque se está gestando y luchando por una Ley integral de Guardaparques que reconozca muchas tareas que realizan y por las que no tienen garantías. En todo caso, espero, pronto se sume a la frase ese nuevo numerito.
El Destino pertenece a la Fundación Elsa Shaw, esposa de Ricardo Pearson. Éste, presidió la sociedad rural de Magdalena y fue también intendente. Decidieron darle una rosca de conciencia social a sus tierras y que, a su muerte, sus herederos mantuvieran las 1800 hectáreas como un Área Protegida. Pero ¿Por qué una Reserva Privada tiene la asistencia de un ente Estatal que le presta infraestructura y personal?
Sobre la mesa, Ricardo pone sus 33 años de carrera -5 como Director de Áreas Naturales Protegidas (2008-2013)- que lo constituyen como cita de autoridad inapelable, al menos por mí. «Nos tenemos que agiornar», sentencia con una mezcla de orgullo de ser pionero en el tema, pero con la resignación del tiempo que le demostró que muchas alternativas no hay.
Buenos Aires es la provincia más modificada en su bioma original. Se ha drenado el agua hacia el río de todos los pastizales y se ha deforestado el monte tanto para la ganadería como la agricultura.
Me extiende un mapa mientras me explica y señala «¿Ves cómo la mayoría de las Reservas están sobre la costa?». Entiendo lo que ya había visto, pero no había sabido interpretar. «Las líneas de monte que todavía tenemos son de barranca o de conchilla. Los únicos que nos quedan están acá, porque el resto fue explotado. ¿Sabés en manos de quién están esas tierras?». Sí. Privados. La vieja división colonial del virreynato que creó a los hacendados y a la enriquecida clase agropecuaria. Aquella que durante el Rosismo nos crió granero del mundo.
Mi mano izquierda se apoya bien abierta sobre la mesa de madera que sostiene nuestro mapa, como reclamando una expropiación que nunca llegó. Pienso que es el mismo caso del Pereyra Iraola, que visité días atrás. Expropiado por el Peronismo, hoy una Reserva inmensa en lucha contra el avance de las plantas invasoras sobre el Tala y el Coronillo.
La imagen de Guille vuelve un segundo a mi cabeza, mixturando mis ideas. No miraba al cielo cuando sonreía. Miraba a la copa de los libustros que invaden El Destino y mataban aquel Ombú. Les cantaba su extasiada victoria.
«Nosotros tenemos que proteger el bien común, sin importar dónde esté», me explica Riqui anteponiendo el noble objetivo de la preservación. También me hace tener en cuenta que cuando las vacas son flacas y el Estado tiene que canalizar presupuesto hacia otros sectores, los privados son cantera para soportar lo que la mayoría interpreta como gastos.
Juan da la señal y vamos a poner la mesa. Seguimos charlando. Hay empresas que descuentan sus aportes de ganancias y el Estado tiene formas de incentivar a los privados a resguardar la flora y fauna natural en sus terrenos, como el descuento en algunos impuestos y la gratuidad de algunos servicios.
«Muchas empresas internacionales están acostumbradas a tener ONGs paralelas para subsanar los daños que pueden causar con sus actividades. Es una forma de lavarse la cara», me cuenta que incluso no es obligatorio. Ellos trabajan con una reconocida marca suiza que hace chocolatada y reforesta la zona. Aunque también me reconoce que al principio forestaba -en un acuerdo que tenía con la municipalidad- con plátanos, una especie exótica, por lo que hubo que «despertarlos».
La concientización es fundamental. Así como el aunar fuerzas entre sectores. Actualmente, la Red Argentina de Reservas Naturales Privadas dispone de un mayor margen de inversión y, me temo que con eso, también un mayor margen de acción. Más que un temor, quizás sea un lamento por la falta de recursos. Después de todo, estaríamos hablando de una Estrategia Mundial de Conservación (o de mitigación ambiental).
Los fideos nos llenan la panza y la boca, por lo que la charla se hace menos intensa y da pie a algunas anécdotas de Guille. Juan es jóven y abre los ojos con algunas cosas que se cuentan, se ríe de historias que ya conoce y se lo ve con tanto hambre de pastas como de seguir los pasos de sus compañeros.
Como en casi toda la costa bonaerense, hay problemas por superpoblación de chanchos salvajes introducidos, por un lado, y cazadores furtivos por otro. «Desalentar y desactivar al cazador», la campaña constante que el cuerpo de Guardaparques apostado en Magdalena lleva con mayor «temperamento de trabajo», conjuntamente con la Patrulla rural de la zona y otros grupos de fiscalización.
El resto de la tarde nos liberamos mutuamente. No quiero abusar de tanta buena recibida, aunque le advierto a Ricardo que seguramente lo mensajee cuando ande por Mar Chiquita. De ella se siente padre por haberle dedicado 15 años en sus orígenes y me asegura que le gustaría volver.
También le anuncio el contacto cuando siga mi largo viaje. Hay muchas Reservas Naturales Privadas y quiero saber más sobre esta estrategia, ver en la práctica su evolución para probarla conveniente. Quitarme definitivamente el temor a la relación con manos privadas para aceptar que la discusión debe ser sobre buenas o malas administraciones.
Una última pasada por la playa ribereña nos encuentra a los dos ya en silencio de pie frente al oleaje. Sin poder entrar en sus pensamientos, intuyo que estamos los dos disfrutando del momento con el viento y el sol de frente. Un descanso para su trabajo, un descanso para mis primeros kilómetros de viaje.
Puedo aprovechar para preguntarle alguna cosa más personal. Sé que está casado con Flor, a quien conocí en Laguna de Rocha. Los dos tienen un hijo todavìa chico y tienen que coordinar bien los horarios para rumbear desde Punta Lara a sus respectivos lugares de trabajo sin desatenderlo, pero la pilotean bastante bien.
No hace mucho, la noticia de un puma asesinado por un cazador en El Destino fue un cachetazo fuerte. No había registros de Pumas en la zona hasta éste… y encontrarlo de esta forma seguramente reafirmó en él aquel temperamento contra los cazadores.
Aunque estoy con mi carpa y El Destino tiene camping bastante económico y bien equipado, me ofrece techo por una noche en la base, pero es temprano. Tengo un par de horas de luz por delante y Punta Indio, Refugio natural, está a poca distancia. Cada lugar en el que esté va a saber tentarme, va a buscar retenerme por algunos días más. No va a ser fácil decirle a todos que otra historia me espera adelante. Otras circunstancias a veces me harán desear que intenten retenerme.
Decido despedirme agradecido al Destino. Por iniciarme en mi viaje mochilero por las Reservas Naturales del país y mostrarme de primera mano y bien temprano que hay tanta diversidad en las formas de preservar la naturaleza, como fauna y flora existe.
Espero, mirando al norte y apuntando hacia al sur, a alguien solidario rumbo a Punta Indio. Con nube de humo y tierra, para entre risas nuevamente el «Pzimóvil» que aunque está lleno de abejas buena onda, su vuelo es corto y entra a un terreno privado a pocos kilómetros. Los dejo seguir su ida y vuelta y me acuesto bajo un árbol. Me quedo dormido, pero sólo unos minutos.
Todavía hay luz y una Kangoo blanca, con dos chicos jóvenes se detiene unos metros más adelante. La piensan dos veces en un instante cuando se dan cuenta que vienen con la parte de atrás hecha un quilombo de cosas acumuladas sin órden alguno y me preguntan: «¿Te acomodás?». ¡Obvio!