En Viena todo parece salido de un cuento de hadas: palacios, carruajes que recorren sus calles y música clásica de fondo a cada rincón.
Todo aquel que haya soñado con ser un príncipe o una princesa cuando escuchaba los cuentos infantiles clásicos puede hacerlo realidad con una simple visita a Viena. Por sus calles, que suelen ser cortadas por las aguas verdes del Danubio, circulan carruajes a un ritmo similar al de los automóviles y en cualquier lugar –parques, veredas, restaurantes, paseos- se escucha música clásica de fondo, con Mozart, cómo no, como principal exponente.
Un buen comienzo es en el Café Central para planificar los pasos a seguir. Es una inmersión a los años 20, en un ambiente con música en vivo y una estatua de Peter Alterman, su cliente más célebre, en la primera mesa. El hombre daba la dirección del café como la suya personal ante cada requerimiento.
Si la planificación estuvo bien hecha, luego de curiosear en dos museos atípicos (el del globo terráqueo y el del esperanto, ambos en la misma calle del café) no habrá que caminar más que un par de metros para llegar al pasaje Ferstel: un ala del palacio homónimo construido por el también homónimo Heinrich, entre 1856 y 1860, que se convirtió en una galería comercial que parece escapada de un cuento de princesas, con pisos de baldosas y negocios, simplemente, bellísimos (como el café Beaulieu).
Si se sale por la parte de atrás, hacia la calle Frenung, una nueva sorpresa gastronómica: puestitos callejeros que venden embutidos para comer al paso. De más está decir que la salchicha gana un rol preponderante en las calles y que, se la pruebe donde se la pruebe, el resultado será siempre por demás satisfactorio. Enfrente, un mercado de artesanías en el que cada puesto reproduce una casita alpina, el Altwiener Ostermarkt.
El punto de partida es Stephen Platz, la plaza central, y su catedral gótica con su llamativo techo de teja tipo lenteja verde, blanco, negro y dorado. En todas las direcciones prevalecen los edificios monumentales. El Voksgarten que tiñe todo de verde y que permite apreciar tanta construcción señorial en perspectiva de panorámica, sirve para interpretar todo lo que queda por recorrer. En dirección al este, se ubican la Rat House (irónico nombre, traducciones en falso mediante, para una municipalidad) y el parlamento.
De palacio en palacio
Hacia el oeste, se llega a Michaelerplatz, donde se hallan algunas ruinas romanas del siglo I. Allí, el Hofbourg: antiguo palacio del emperador hoy convertido en complejo de museos, mayormente relacionados con la vida institucional: el de armas, el de instrumentos musicales, el de las habitaciones del káiser… Destaca un mariposario en el que el visitante puede entrar en contacto directo con las mariposas: basta acercarse a los platos con trozos de manzana y tocarlas sin culpa, porque no tendrán ninguna actitud de huir.
Si se toma en dirección al sur, la cantidad de museos se multiplica. Primero, se atraviesan dos moles idénticas que corresponden al de Historia Natural y xal de Ciencias Naturales. Detrás, el Museum Quartier, un complejo que abarca el Zoom, un espacio de experimentación para niños, el Leopoldo, con una interesante colección de Klimt, y el MUMOK, de arte moderno.
Por supuesto, no se puede dejar de visitar la ópera, uno de los símbolos clave en una ciudad que parece rendida a los pies de la música. Incluso, en el baño público que está justo enfrente y que se denomina “baño de la ópera”, suena música clásica de fondo.
Desde allí, se puede bajar por la peatonal Kohlmarkt y sus adyacentes, como Strasse o Graben. En la zona conviven la acogedora librería Manz con las principales marcas de lujo: Gucci, Ferragamo, Dior, Zegna, Diesel, Vuiton… Es en este oasis de globalización cuando el visitante se percata de que la predominancia del alemán como lenguaje es absoluto: prácticamente no se encuentran carteles traducidos al inglés.
El Prater es uno de los parques de diversiones más antiguos del mundo. Su aire es el de una vieja kermesse, mezclada con los clásicos de este género. Al lado de las montañas rusas, los autos chocadores y el tren fantasma, la República de Kugelmugel. Una propiedad con forma de esfera creada por el artista Edwin Lipburger quien, cuando la municipalidad rechazó su diseño, decidió dejar de pagar los impuestos y declararse un país independiente.
Donde vivió Sissí
A esta misma altura, del otro lado del Danubio, la casa del artista Hunderwasser, reconocida por sus obras asimétricas. Convertida en museo, muestra el trabajo de un artista disruptivo, muy influenciado por el catalán Gaudí. Todo el barrio –columnas de casas, paredes, mobiliario urbano- está salpicado por sus intervenciones.
Otra visita esencial es al Palacio Schönbrunn. Si bien es alejado de la zona central, se puede llegar en metro, que tiene una peculiaridad: es impecable y puntualísimo y se maneja por el concepto de confianza. Nadie va a chequear jamás que el pasajero haya pagado su boleto. El palacio, vivienda de los Habsburgo, permite adentrarse en las tramas reales locales y, por supuesto, conocer a fondo a Sissí, Isabel de Baviera, emperatriz de Austria entre 1867 y 1898 y famosa por las películas filmadas por Romy Schneider en los ’50.
El castillo es infinito: contar la cantidad de ventanas que tiene la propiedad es tarea imposible. El jardín de acceso está repleto de tulipanes amarillos y los árboles están podados tan rectos que conforman una pared. En el sector de laberintos se pueden seguir senderos delimitados por arbustos que llevan a miradores, juegos infantiles, otros laberintos pero de espejos… Los ambientes interiores del palacio están muy bien conservados y el visitante puede atravesar solo todas las habitaciones con una audioguía que le explicará lo sucedido en cada uno de los salones, casi siempre con un final sangriento. Luego, si se hace un esfuerzo adicional para subir la colina que está detrás del edificio, se obtendrá como premio una vista del propio castillo con todo Viena detrás.
Al final del recorrido, una necesidad: que llegue un príncipe o una princesa (de acuerdo a las preferencias de cada uno) a darnos el beso que precede al “felices por siempre”.