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Máximo Fernández: entre ruinas y leyendas

A sólo a 20 km de Bragado asoma este pueblo que huele a mitos escondidos pero también a olvido

La Ciudad no siempre es la protagonista de las historias ocultas. Basta extenderse unos pocos kilómetros para advertirlo.  Es así como de pronto aparecen pueblos que, aunque tengan nombre y apellido, uno ni siquiera registra.

Por la misma ruta 5 que nos conduce hacia Bragado, en el interior de la provincia de Buenos Aires, y a 20 kilómetros de allí, el mapa marca un punto con el nombre de Máximo Fernández.

Llegar no es difícil.  Son menos de 250 kilómetros desde el centro porteño. Sólo hay que estar atentos, sobre todo en el último tramo. Hasta el GPS se desconcierta pues, como saben, a veces es mejor seguir los carteles puestos adrede por los lugareños y no guiarse por una app que de pueblos olvidados poco entiende.

 

 

 

Máximo Fernández es el nombre de la estación del ferrocarril del pueblo de Salabarry abandonada totalmente porque el tren ya no pasa por allí. Fue bautizada así en honor al hombre que apostó a esas tierras despojadas en 1872.

Hoy conserva las ruinas de una época de bonanza rural. Allí se encuentran los terrenos de la Estancia Montelén, originalmente «La Matilde», que alberga la basílica de estilo neogótico Sagrado Corazón y una escuela en la que aún sorprenden los dibujos de los niños en las paredes de algunas aulas.

«La Matilde» tuvo muchos dueños. El primero, la construyó para forjar el futuro de su familia y la nombró con la gracia de su amada esposa. Fue el puntapié de crecimiento de la zona más propicia agrícola-ganadera del oeste.

Coincidencias de la historia, el segundo que adquirió la propiedad no cambió el nombre pues también su esposa se llamaba Matilde. Desde 1904 estuvo en manos de la familia Salaberry por más de 30 años.

Durante esos años fue una mina de oro en la región. Embellecieron los terrenos, maquillaron el bosque con el diseño de Carlos Thays (el mismo que pusiera sus manos en los bosques de Palermo), construyeron la Iglesia, la escuela y otras edificaciones que acrecentaron la vida del pueblo.

Y como se trataba de una familia aristócrata de gustos extrafalarios, se dieron licencia para la creación de un lago artificial y de un zoológico para sus aves excéntricas y animales enjaulados. Es aquí donde se empezaron a tejer los mitos en torno a la estancia.

Cuenta una leyenda que una niña-hija de un cuidador- habría fallecido luego de que un león comiera su brazo. Años más tarde, las investigaciones desmintieron esas versiones pero a la gente le gusta seguir alimentando esas fantasías de espíritus que corretean por los pueblos.

El tercero de sus dueños fue Francisco Martín Suárez Zabala, famoso por ser el inventor del Geniol. Puso de pie al pueblo otra vez. Él fue quien cambió el nombre de la estancia y la bautizó como Montelén, una suerte de combinación de monte y leña que le cabe perfecto a la geografía del lugar.

Hoy caminar por sus senderos arbolados es recorrer esas historias e imaginar, mientras sucede el relato, por qué la vida se detuvo en ese lugar.

Si bien en 1974 un tornado contribuyó a llevarse una parte importante de la construcción, la mano poco respetuosa del hombre terminó arruinando mucho de lo que quedaba en pie.

El pueblo parece siempre dormido y en silencio.  El último censo del 2010 contó tan sólo 8 habitantes. Sólo ruinas que paren ser apetecibles para foteros y curiosos que llegan de casualidad hasta allí.  Por suerte, alguien se encarga de preservar su entorno natural y guiar amablemente a quien decide caminar entre esas paredes, antes de que se derrumben totalmente.

+info www.montelen.com