Bajo desde Carmen de Patagones a dedo y me dejan en la rotonda de Ruta Nacional 3 y Venezuela. Viedma, Río Negro. Hay una estación de servicio donde puedo recargar el termo para el mate, usar el baño y, después de agarrar unos minutos de wifi, posicionar mi mochila nuevamente en la banquina.
Le apunto a Las Grutas, destino ultraturístico a 200kms. Me lo mencionaron tantas veces que estando en medio de mi ruta hacia el sur es prácticamente paso obligado. Pero el primer auto que para viene con dos chicas jóvenes que van a pasar la tarde a las playas de La Lobería y me convencen de que es mucho mejor compartir mi agua caliente con ellas en un lugar hermoso y menos difundido.
El Cóndor y La Lobería
Tomamos entonces la Ruta Provincial 1, que en 20 minutos de pavimento llega a la ciudad de El Cóndor y, a misma distancia y dirección, a nuestro destino. Ambos, balneareos predilectos de rionegrinos como de lobos marinos y loros barranqueros.
Georgina estaciona el coche en un descampado y del baúl Rocío saca unas reposeras. Cruzamos la calle y saludan a las personas al pasar. Ya en el camino venían haciendo luces que convocaban a amigos al afteroffice. Cada uno de ellos, estacionados en los miradores que aprovechan la altura del acantilado para las panorámicas vistas del Atlántico.
Antes de bajar a las angostura de la arena descubierta por la bajamar, hay un puesto móvil del Área Natural Protegida Punta Bermeja. Mientras las chicas hacen fila para comprar churros, me entero que el inicio de la Reserva es ahí mismo y que a pocos kilómetros más se reinauguró su centro de interpretación.
La gente comparte la tarde con algunos lobos que salen a nadar desde las colonias ubicadas más al sur. Los Guardafaunas están presentes para asegurarse que ni unos ni otros invadan el ambiente ajeno y, por lo que veo, funciona sin demasiada intervención necesaria.
Me separo de las chicas para conocer el edificio informativo. A partir de La Lobería, el camino de la costa se hace de ripio. Igualmente, hago a pié los pocos kilómetros que nos separan y, al llegar, conozco también a la principal colonia de lobos.
Bahía Creek
El siguiente balneareo es Bahía Creek. 80 kilómetros a través de pura tierra. El trecho es una postal que convoca a realizar ciclismo. Las barrancas comienzan a verse vencidas por el viento, a medida en que el territorio nacional se curva hacia el oeste y forma el margen norte del Golfo San Matías. Aparecen los médanos y, con ellos, las playas comienzan a ensancharse. Es normal encontrar pescados y alguna que otra extremidad de cangrejo al descubierto que los cormoranes y gaviotas cocineras aprovechan.
Si bien hay algunas casitas, son de temporada. El último censo nacional (2010) dio una población estable de 5 (cinco) habitantes, por lo que tengo suerte al ser levantado por un motorhome. A la par de las bicicletas, es la ruta de las casas rodantes. Muchas prefieren seguir unos kilómetros más por RN 3 y saltearse El Cóndor y La Lobería, saben que es más turístico y poblado. A la altura de Bahía Creek, perpendicular a la ruta nacional y al mar -uniéndolas- aparece el ripio de la Ruta Provincial 52.
San Antonio Este
La Ruta Azul de los acantilados finaliza cuando éstos desaparecen -o se transforman- en dunas de conchillas a la altura de San Antonio Este. El último de los balneareos de la Ruta Provincial 1.
El camino vuelve a estar pavimentado y a conectarse con RN 3. A diferencia de El Cóndor y La Lobería, que reciben principalmente gente de Viedma, S.A. Este es el sector playero de su contra parte urbana San Antonio Oeste, al otro lado de una ensenada.
En fila, cada uno de los trailers se estacionan mirando al mar. Algunos buscan aislarse, otros se juntan. Uno pone el toldo entre ambos carros para protegerse del sol y el otro coloca debajo la mesa y la asadera. Se forman pequeñas comunidades que intercambian consejos, comparan modelos, cuentan anécdotas y comparten. Sacan de la conservadora una cerveza o van en busca del vino guardado para descorchar frente al mar.
Julio y Débora, quienes me invitaron a andar los útimos kilómetros de la Ruta Azul con ellos, extienden el convite para la cena; pero tengo más ganas de mojarme los pies y caminar, buscar un buen lugar donde colocar mi carpa y, en realidad, no me siento de la cofradía por no llegar detrás de un volante. Quizás algún día.
Camino con la mochila en la espalda y a la distancia me llama la atención un poste blanco, alto, con placas de madera en forma de flechas apuntando en todas las direcciones: «Punta del Este (1089kms); Florianópolis (2017kms); Río de Janeiro (2845kms); Fortaleza (4897kms); Santa Marta (5864kms); Cancún (7254kms); Gral. Villegas (7921kms); …LA TOSCANA (0,017kms)»
La Toscana
Termina el recorrido de la jornada. En un día a dedo, se puede disfrutar de los acantilados de La Lobería, a la barrancas de Bahía Creek y las playas de conchillas de San Antonio Este.
El último tiene al parador La Toscana. Con muy buena onda de sus dueños y una carta de tragos, bebidas y comida de alto vuelo.
Por recomendación, acampo entre las dunas para protegerme del viento nocturno y tengo la fortuna de ver el sol, perfectamente delineado, naranja y redondeado, descendiendo sobre el mar al atardecer. Cielo estrellado y noche impecable. Amanezco temprano y, para mi sorpresa, nuevamente el sol nace sobre el agua.
Vuelvo nuevamente a La Toscana para cargar agua caliente en el termo y usar el baño. Me tiento una vez más con un menú vegano, pero ahora lo pido sandwich para llevar. Ya equipado, saludo y me prometo a mi mismo volver alguna vez a hacer la Ruta Azul de los acantilados.